Franco Alejandro Coronado
Desde el pasado jueves 27 de agosto se han vertido ríos de tinta en torno a los recientes cambios en el gobierno federal. Los movimientos más comentados son la llegada del otrora jefe de la Oficina de la Presidencia, Aurelio Nuño, a la Secretaría de Educación Pública (SEP) y del ex-canciller José Antonio Meade a la Secretaría de Desarrollo Social (SEDESOL).
Estos dos relevos fueron los que más llamaron la atención de los analistas y la comentocracia, perfilando a Aurelio Nuño y José Antonio Meade como posibles candidatos presidenciables por el PRI. Así, ambos se unen en la carrera hacia el 2018 a: Luis Videgaray, Secretario de Hacienda, Osorio Chong, Secretario de Gobernación, y al nuevo Presidente del PRI, Manlio Fabio Beltrones.
Pero ¿qué hace pensar que Meade y Nuño pueden ser candidatos a la Presidencia de la República? Ambos cuentan con excelente curriculum, preparación académica y experiencia en gobierno. Han mostrado capacidad y eficacia, uno como Secretario de Relaciones Exteriores (en el sexenio de Calderón fue titular de las Secretarías de Energía y de Hacienda), el otro como Jefe de la Oficina de la Presidencia y operador del Pacto por México. Los dos son figuras frescas que transmiten credibilidad, sin antecedentes de corrupción. Ambos llegan a las Secretarías con más exposición pública y presupuesto por ejercer ( o repartir): SEDESOL, rectora de los programas contra la pobreza, y la SEP, que con la reciente reforma ha centralizado los recursos para el magisterio nacional.
Sin embargo, hay una circunstancia más importante que catapulta tanto a José Antonio Meade como a Aurelio Nuño a la candidatura presidencial: la realidad política y social que impera actualmente en México. Hoy la gente está cansada de los políticos de siempre, más de aquellos que hacen del chapulineo su modus vivendi, el gobierno del Presidente Peña tiene un gran desgaste político, sobre todo en materia económica, de seguridad y combate a la corrupción. Hay una crisis institucional y falta de credibilidad en la clase gobernante. Los empresarios no están satisfechos con la actual Administración ni con su partido, les ha dolido el trato recibido, la reforma fiscal y la exclusión en la toma de decisiones.
A los factores que debe considerar el Presidente de la República para nombrar a su sucesor, que Carlos Fuentes describe puntualmente en su novela La Silla del Águila -"tener mayores apoyos populares, la simpatía de las centrales obreras y campesinas, y aún la mejor posición en las encuestas"-, hay que añadir que el próximo candidato presidencial debe ser una persona que genere confianza y certidumbre ente los ciudadanos, pero sobre todo, entre los grupos empresariales. Que logre consensos entre las mujeres y los hombres de poder a fin de cerrarle el paso a un líder populista que intente capitalizar el malestar social imperante.
En tal escenario, el recién nombrado Secretario de Desarrollo Social puede generar esa certidumbre. Su paso en Hacienda es catalogado como exitoso, entregó buenos resultados a pesar de los estragos provocados por la crisis global de 2009 y la oposición, sobre todo el PAN, no lo ve mal. Por otro lado, Aurelio Nuño representa frescura y ha sido eficaz en los acuerdos con la clase política. Su imagen esta alejada del PRI autoritario y caduco.
En contraste, Videgaray carga con el mal desempeño de la economía nacional, Osorio Chong con la fuga del Chapo y, junto con Beltrones, son la cara del viejo PRI. Resulta natural que Meade y Nuño apuntalen hacia el 2018. Pero, ¿y los gobernadores priistas en dónde quedan? Lo analizaremos en la segunda parte de esta entrega.
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