Rodolfo del Ángel del Ángel
Si, este es sin duda el texto más conocido del evangelio. Recuerdo que uno de mis maestros en el seminario comentó alguna vez que si tuviéramos solamente estas palabras de parte de Dios, eso sería suficiente para conocer la más grandiosa expresión de su supremo amor por una humanidad caída.
Estas palabras que el apóstol Juan escribe dentro del contexto de la conversación de Jesús con un maestro de la ley llamado Nicodemo son desafiantes y reveladoras. Confrontan nuestros conceptos acerca de lo que en la experiencia humana llamamos amor. ¿Qué es el amor? Tal vez no haya un tema más expresado y celebrado en las canciones de moda, o en la literatura universal que el amor, no obstante, descubrimos, frecuentemente, que lo que llamamos amor es un sentimiento pasajero, una promesa que no resiste el paso del tiempo, una relación conveniente en la que no estamos dispuesto a dar si no recibimos a cambio. Si, nuestra manera de amar está mezclada con deseos egoístas, con relaciones frustradas, con búsquedas insatisfechas, en fin, el amor es lo que siempre andamos buscando y parecemos no encontrar nunca de manera plena. A todo eso se añade lo opuesto a lo que llamaríamos el verdadero amor: Vivimos en un mundo lleno de insensibilidad, donde abunda la ambición desmedida, el afán enfermizo de poder, y sobre todo, lo que ha sido llamado la "cosificación" de las personas. La cultura en la que vivimos se rige por el principio de que las cosas son para amarse y las personas para usarse. Todo en este mundo tiene un precio, se compra y se vende y quienes no pueden adquirir quedan al margen, excluidos, negados, inexistentes. Si lo material nos diera la verdadera alegría y llenara nuestras necesidades más profundas este tiempo en el que vivimos, debiera ser el de mayor felicidad. No obstante, lo que ocurre es que quien tiene, desea más y nunca está satisfecho, y quien no tiene, desespera viendo toda la abundancia que hay alrededor a la cual los que se debaten en la miseria no tienen acceso. Así es que pobres y ricos siguen siendo parias y con una carencia fundamental: amor.
Las palabras de Juan en el evangelio nos hablan del amor divino y cómo este se caracteriza. Es un amor universal e inclusivo, no conoce las barreras y los condicionamientos que nosotros los seres humanos imponemos. Todos son amados por Dios: ricos, pobres, extranjeros, blancos, negros, hombres y mujeres. Su amor desafía y rompe todas estas categorías. Él ama de manera incondicional, de pura gracia. Su amor es, también, intenso, sacrificial caracterizado por la dádiva generosa. La historia de la navidad es la memoria de esa dádiva divina: él nos dio a su Hijo Unigénito. No fueron intenciones o palabras, fue un gesto de entrega suprema, total, sin medida. El mismo apóstol Juan lo expresa con estas palabras: "En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y envió a su Hijo para que fuera ofrecido como sacrificio por el perdón de nuestros pecados." (1 Juan 4:10).
El mensaje de la navidad nos habla de una generosidad sin límites. El Dios eterno, justo, santo y perfecto asumiendo una condición de siervo. No debemos olvidar que al humanarse Dios en Jesucristo, apenas inició ese proceso que le llevaría al extremo de una muerte vergonzosa en la cruz. Una entrega hasta las últimas consecuencias, sin medida, por nosotros pecadores. Sí, no hay una entrega más sublime, una ofrenda más generosa, un nacimiento tan humillante y una muerte tan inmerecida que la de nuestro Señor Jesucristo. La prueba suprema del amor es la disposición de dar y Dios se dio a nosotros en su Hijo, y esa fue una entrega sin medida que significó no solo dar, sino darse a sí mismo.
Ese amor nos llama a una transformación radical no solo de nuestros conceptos, sino de nuestro corazón. Lo único que puede cambiar al ser humano desde lo íntimo es la experiencia maravillosa de abrirse al amor divino. Solo Dios puede satisfacer de manera profunda nuestros vacíos y más profundos anhelos, solo Dios puede traer a nuestra vida la experiencia de un perdón real que nos libra del pecado y sus consecuencias. Es así que, conociendo el amor, somos reconciliados con Dios y podemos abrirnos a relaciones reconciliadas con nuestro prójimo. Cuando llegamos a conocer el divino amor del Padre mediante su Hijo Jesús nos liberamos de los prejuicios que nuestro egoísmo impone y aprendemos que dar y darse, ser generosos, abrir el corazón a los hermanos, perdonar y servir se convierte en un estilo de vida a partir de la nueva orientación de nuestra existencia en Dios.
La navidad es dádiva, entrega generosa, amor del Padre hecho concreto en la paja del pesebre en el cual nació el Salvador. Esa entrega se haría aún más generosa y sublime en la muerte de Cristo en el calvario. Ya en el pesebre se proyectaba la sombra de la cruz. Desde ese pesebre, desde la cruz, y desde su gloriosa resurrección el amor divino se revela en la historia y nos invita a recibir como don inmerecido la vida que él nos ofrece, vida que es el retorno a nuestra plena y verdadera humanidad. ¡Que entrega la suya! ¡Qué gracia tan infinita en inmerecida la que nos ofrece!, sin duda, no hay amor más grande.
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