Luis Chaparro | Periodista
La publicación de un reportaje en el New York Times sobre la producción de fentanilo en México desató una ola de reacciones que van desde la negación rotunda del gobierno hasta la reflexión profunda sobre cómo el país enfrenta esta crisis de salud y seguridad. La presidenta Claudia Sheinbaum, dedicando parte de su conferencia matutina a descalificar el artículo, pone de manifiesto cómo la narrativa oficial intenta minimizar el problema.
Es importante contextualizar que esta postura no es nueva. Desde la administración de Andrés Manuel López Obrador se ha insistido en que México no es un productor significativo de fentanilo, a pesar de las pruebas presentadas por diversas fuentes. Esta negación no solo frena el reconocimiento del problema, sino también dificulta la implementación de soluciones eficaces. Aceptar que se sintetiza fentanilo en el país es el primer paso para abordar un tema que afecta tanto a México como a Estados Unidos.
La relación binacional también se ve amenazada por esta situación. La declaración de Donald Trump sobre calificar a los cárteles mexicanos como organizaciones terroristas podría tener repercusiones devastadoras. Si bien parece una estrategia de negociación, la posibilidad de sanciones económicas y comerciales es real y podría impactar gravemente a ambas naciones. Recordemos que México es el principal aliado comercial de Estados Unidos, y cualquier ruptura en esta relación sería catastrófica para las economías de ambos países.
Otro aspecto crucial que expuso el reportaje del New York Times es el reclutamiento de estudiantes de química para la producción de fentanilo. Este fenómeno no es nuevo; los cárteles han aprovechado la vulnerabilidad de los jóvenes para integrarlos en actividades delictivas. Procesos de manufactura rudimentarios permiten que estudiantes, incluso de nivel preparatoria, sean parte de la cadena de producción. Algunos rentan sus propiedades como laboratorios clandestinos, mientras otros participan como transportistas o sicarios.
La negación gubernamental y la falta de acción frente a este problema sólo fortalecen la posición de los cárteles y aumentan el riesgo para México. Reconocer la producción de fentanilo no significa aceptar una derrota, sino dar el primer paso hacia soluciones reales. La crisis del fentanilo ya no es solo un problema de salud; es un tema de seguridad nacional que afecta tanto a México como a Estados Unidos.
Mientras sigamos negando esta realidad, el país seguirá atrapado en un ciclo de violencia y desinformación. Es hora de que el gobierno federal abandone el discurso oficial y enfrente con seriedad este desafío. Solo así podremos empezar a desmantelar la amenaza que representa el fentanilo para nuestra sociedad y nuestra relación con el vecino del norte.
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