Dr. Luis Fernando Guerrero / Psiquiatra e investig
Es hora de dejar de ser espectadores pasivos y asumir nuestra responsabilidad como individuos y como sociedad.
La violencia y la falta de empatía social son un reflejo inquietante de la crisis que vivimos como sociedad. En Ciudad Valles, el inicio de 2025 nos ha confrontado con hechos que no solo nos indignan, sino que nos invitan a reflexionar profundamente sobre los valores que estamos inculcando en nuestras comunidades.
Hace unos días, el caso de Don Israel, un hombre en situación de calle que fue agredido por dos jóvenes que se grabaron mientras intentaban atacarlo, dejó en evidencia el deterioro social que enfrentamos. Este acto, que combina burla, abuso y una absoluta falta de humanidad, no es un evento aislado, sino un síntoma de una problemática mayor. Y, lamentablemente, la historia no terminó ahí.
El 6 de enero, apenas unos días después de aquel primer incidente, la comunidad vallense fue sacudida por otro ataque. "El Lobo", un hombre conocido en la zona, también en situación de calle, fue víctima de una agresión con gasolina y fuego, lo que le provocó quemaduras en el brazo izquierdo. Este acto de violencia tuvo lugar en un predio baldío en la esquina de Carranza y Juárez, donde fue encontrado por el personal de Protección Civil. Las autoridades actuaron con rapidez para canalizarlo al Sistema DIF, donde recibió atención médica. Sin embargo, el daño ya estaba hecho, no solo en el cuerpo de la víctima, sino en el tejido social que debería proteger a los más vulnerables.
Estos dos casos en menos de una semana no pueden considerarse meras coincidencias. Reflejan una tendencia alarmante hacia la desensibilización, especialmente en los jóvenes, quienes buscan reconocimiento y validación a través de actos cada vez más extremos, motivados por la exposición en redes sociales. Como sociedad, hemos permitido que la tecnología, lejos de ser una herramienta de conexión y aprendizaje, se convierta en un escaparate para la violencia y la humillación.
La pregunta que debemos hacernos es: ¿cómo llegamos a este punto? Desde un punto de vista psiquiátrico, no existe un ser humano que nazca "malo"; lo que observamos son conductas que se desarrollan en función del entorno y las normativas que éste impone o permite. El ser humano es, por naturaleza, un ser social que necesita de la cooperación para sobrevivir. Pero cuando en una sociedad se enaltecen la violencia, la burla y el abuso, esas conductas antisociales se normalizan y multiplican.
La delgada línea entre burla y acoso se diluye aún más en estos tiempos digitales. El acto de grabar y compartir agresiones contra personas vulnerables, como Don Israel o "El Lobo", no solo perpetúa el abuso, sino que lo celebra, incentivando a otros a repetirlo. Es una muestra clara de cómo la búsqueda de likes y validación virtual puede llevarnos a traspasar los límites de la ética y la moral. En este contexto, no podemos ignorar la responsabilidad que tenemos como espectadores pasivos. Al no actuar, perpetuamos estas conductas, y nuestro silencio se convierte en cómplice de la violencia.
Este tipo de agresiones no solo deben ser condenadas por las autoridades, sino también por cada uno de nosotros. La educación digital, que debería incluir valores como el respeto y la empatía, es una deuda pendiente en nuestra sociedad. Más allá de ello, es fundamental fortalecer los lazos comunitarios y recuperar aquellos valores que hacen posible una convivencia armoniosa.
Las familias, las escuelas y las instituciones públicas tienen un papel crucial en esta tarea. Cada agresión que no se previene, cada acto de violencia que no se sanciona, nos aleja más de construir una sociedad justa y solidaria. Es necesario legislar con mayor firmeza para regular el uso de las redes sociales y evitar que se conviertan en plataformas de abuso. Pero, sobre todo, debemos empezar por nosotros mismos, analizando nuestras acciones y reconociendo cómo contribuimos —o no— a esta problemática.
El ataque contra Don Israel, seguido por la agresión a "El Lobo", son recordatorios dolorosos de que nadie está exento de sufrir violencia si no tomamos acción colectiva para detenerla. No podemos permitirnos caer en la indiferencia, pensando que estos hechos ocurren en lugares o circunstancias ajenas a nosotros. Lo que afecta a uno, nos afecta a todos.
Hoy más que nunca, necesitamos fomentar una cultura de respeto y dignidad hacia todas las personas, sin importar su condición. Este es un llamado a la acción, un momento para reflexionar y actuar, porque la violencia solo se erradica con empatía, educación y una firme voluntad de cambio. No podemos esperar que el cambio venga de otros; debemos ser el cambio que queremos ver en nuestra sociedad.
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