Rodolfo del Ángel del Ángel
Vivimos en un mundo cada vez más complejo donde abunda la confusión y las falsas ofertas de bienestar y felicidad, pero la realidad es que solo hay dos caminos que andar. El Señor Jesús lo dice claramente en el Sermón de la Montaña: "Entren por la puerta estrecha, porque ancha es la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella. Pero estrecha es la puerta y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la encuentran". (Mateo 7:13-14) Las palabras de nuestro Señor son claras y desafiantes: No hay más que dos vías con su puertas correspondientes y su destino final. Cada uno anda por alguno de esos caminos. Que no se puede andar en ambos a la vez es un hecho innegable.
La tendencia humana es elegir el camino fácil, el que satisface el ego, colocando en el centro al yo egoísta viviendo bajo sus propias reglas e ignorando a Dios y al prójimo. Esta es la característica de la cultura contemporánea: afirmar la libertad absoluta del yo en la que el resto queda excluido. Mucho se habla de los derechos individuales, pero poco de la solidaridad y la fraternidad. Reclamamos nuestro espacio, nuestra comodidad, nuestra seguridad. ¿Dónde termina un mundo así? En la perdición y en una cultura de muerte, desvinculados del resto y en el abuso de todo lo bueno que Dios ha creado. Es esta tendencia del corazón humano caído la raíz de todos los males y pecados de nuestro mundo. Urge la reflexión, un cambio de ruta. ¿Por dónde debe comenzar un mundo nuevo? Justamente por un cambio en el corazón, algo que solamente puede efectuar el poder y la gracia de Dios, pero es necesario abrirnos con sincera humildad y arrepentimiento a esa gracia. Una persona que vive rodeada de oscuridad no va a experimentar los beneficios de los rayos del sol, sino está dispuesto a salir de las sombras; de la misma manera, para experimentar el poder transformador y regenerador del Espíritu de Dios necesitamos exponernos a esa gracia, dejar que su influjo divino y regenerador penetre en las sombras del corazón egoísta y encerrado y, advirtiendo, que va por un camino de muerte, estar dispuesto a abandonarlo para andar el camino que conduce a la vida.
Si estás en el camino de muerte, detén tu marcha, date cuenta que lo más grande que puedas alcanzar en este mundo llegará a su fin, no puede permanecer para siempre. Lo que permanece se encuentra en el camino de la vida, aquel que lleva a la renuncia del yo para construir relaciones fraternas, el que lleva al camino del servicio y la entrega, el que va tras las pisadas de Jesús que nos llama a seguirlo entregando la vida para obtener la eternidad. Que muchos andan por el camino ancho solo es una evidencia de que la humanidad está extraviada, no nos dejemos llevar por la multitud devoradora, por los argumentos falaces y las falsas ofertas de vida. Solo hay un camino que lleva a al eternidad y ese es Cristo. Seguirlo a él es elegir la vida. ¿Por cuál camino andas tú?
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