Rocío del Carmen Aguilar Roa
La relación del ser humano con sus muertos se ha manifestado desde épocas muy antiguas en culturas como la china, la árabe, la egipcia, pero en nuestras culturas prehispánicas tiene una importancia sin igual debido a que tiene características como el sentido solemne, de esperanza, es también festivo, además de religioso. En nuestras culturas indígenas se concibe a la muerte muy diferente al resto del mundo; principalmente en que es una parte normal y que no atemoriza ni es ajena a nuestro cotidiano vivir por lo que incluso se le puede tener representado en los hogares como por ejemplo con el altar a los muertos. La muerte, entonces no es una ausencia o falta; por el contrario, es concebida como una nueva etapa: el muerto viene, camina y observa el altar, percibe, huele, prueba, escucha. No es un ser ajeno, sino una presencia viva. En el altar se entiende a la muerte como un renacer constante, como un proceso infinito que nos hace comprender que los que hoy estamos ofreciendo seremos mañana invitados a la fiesta.
Por esto es que esta tradición ha perdurado y sigue vigente con algunas pocas variantes desde nuestros antepasados, se ha hecho una de las más importantes en nuestro país pluricultural y pluriétnico, además es una de las más conocidas internacionalmente; incluso es considerada y protegida por la UNESCO como Patrimonio de la Humanidad.
En la visión prehispánica, el morir era el comienzo de un viaje hacia el Mictlán, el reino de los muertos o inframundo, también llamado Xiomoayan, término que los españoles tradujeron como infierno. Este viaje duraba cuatro días. Al llegar a su destino, el viajero ofrecía obsequios a los señores del Mictlán: Mictlantecuhtli (señor de los muertos) y su compañera Mictecacíhuatl (señora de los moradores del recinto de los muertos). Estos lo enviaban a una de nueve regiones, donde el muerto permanecía un periodo de prueba de cuatro años antes de continuar su vida en el Mictlán y llegar así al último piso, que era el lugar de su eterno reposo, denominado "obsidiana de los muertos".
En la Huasteca Potosina esos días revisten mucha importancia, desde que era niña me sorprendía lo que acontecía en torno a la tradición y es que es una conmemoración a nuestros muertos, es una forma de honrar sus vida y su memoria y la manera de volver a estar con ellos. Esta fiesta se celebra de una manera muy particular especialmente en Tancanhuitz, un bello municipio que es cuna de las culturas Tenek y náhuatl. El Xantolo o la fiesta de todos los santos son los días en que los vivos esperan la llegada de las almas de sus familiares y amigos que ya están fallecidos. Se les espera no con tristeza ni con dolor, sino con una mezcla de música, comida, inciensos, flores, velas, comparsas y una gran algarabía por que están de regreso con nosotros.
Aún recuerdo gratamente mi niñez en mi bello Tancanhuitz, que en esos días sus calles huelen a flores de cempasúchil, a inciensos, a tamales, atole y zacahuil, en sus calles se escuchan cuetes, música y danzas de todas las comunidades. El pueblo se convierte como en una fotografía multicolor con la belleza en todo su esplendor.
Cuando era niña, mi abuela y mi madre preparaban mucha comida para recibir a cualquier persona que quisiera visitar el altar en la casa, por que déjenme decirles que regalar comida el día de muertos es parte de la ceremonia del Xantolo en Tancanhuitz. En casa se recibía a la gente con atole, tamales y chichiliques, pequeños panes que eran la ofrenda para los niños el día de muertos.
Toda la familia participa en preparar el altar de muertos, hecho sobre una mesa rectangular adornada con dos arcos cubiertos de limonaria o palmilla con flores de cempasúchil, racimos de mandarinas y naranjas que significan la entrada y salida de las almas y cada extremo del arco simboliza una etapa de la vida del ser humano, la niñez, la adolescencia, la adultez y la vejez; y por supuesto sobre la mesa todo lo que le gustaba disfrutar de comer a nuestros familiares.
La fiesta del día de muertos en la huasteca tiene algo muy particular, porque incluye la cultura, tradición, creencias espirituales que convierten este festejo en algo único, alegre, y digno de ser admirado.
Algo que su servidora se siente orgullosa de contar.
Hasta pronto y que su corazón siempre este contento.
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