Por décadas, México sostuvo una sólida estructura de políticas fitosanitarias que garantizaban la sanidad del ganado, protegían la producción cárnica nacional y aseguraban el acceso a mercados internacionales. Sin embargo, en tan solo seis años, esa infraestructura fue desmantelada bajo el argumento de la "austeridad republicana", dejando al país vulnerable ante plagas que ya habían sido erradicadas, como el gusano barrenador del ganado.
El reciente brote de esta larva en Veracruz, que afecta gravemente al sector pecuario, no es un hecho aislado ni fortuito. Es, en cambio, una consecuencia directa del abandono institucional, de la desaparición de políticas públicas en materia de salud animal y de una vigilancia fronteriza deficiente, especialmente en el sur del país.
¿QUÉ ES EL GUSANO BARRENADOR?
El gusano barrenador es una larva que penetra la piel del ganado y se alimenta del tejido vivo, causando infecciones severas y en muchos casos, la muerte del animal. A mediados del siglo XX, esta plaga afectaba gravemente a México. Por ello, se emprendieron esfuerzos binacionales entre Estados Unidos y México para erradicarla, bajo la Comisión México-Americana para la Eliminación del Gusano Barrenador. Esta campaña fue una de las más exitosas en la historia sanitaria del continente.
Durante décadas, estaciones cuarentenarias fijas en diversas carreteras vigilaban la movilidad del ganado, detectaban infecciones, evitaban el tráfico ilegal de animales y sostenían un control estricto en la cadena pecuaria nacional. Esta red de vigilancia fue crucial para erradicar la plaga, conservar estándares de calidad y mantener el mercado estadounidense abierto a las exportaciones mexicanas.
LAS CONSECUENCIAS DEL ABANDONO
Hoy, muchas de esas estaciones cuarentenarias son estructuras abandonadas y oxidadas, testigos mudos de una política pública que fue sacrificada en nombre de una supuesta eficiencia administrativa. Con su desaparición, se abrió la puerta al ingreso de ganado no verificado, principalmente desde la frontera sur, por donde hoy circulan animales sin ningún tipo de control sanitario.
El caso es alarmante. En estados como Chiapas, donde se comercializa ganado proveniente de Centro y Sudamérica, los controles son prácticamente inexistentes. Las reses cruzan sin inspección ni trazabilidad, y muchas terminan siendo adquiridas por grandes empacadoras que las trasladan a zonas como la Huasteca potosina.
Este flujo sin control expone a toda la industria cárnica nacional a brotes epidémicos, a sanciones internacionales, y a la pérdida de los mercados más rentables. La aparición del gusano barrenador en Veracruz es apenas el comienzo.
UNA FRONTERA DESPROTEGIDA
El problema de fondo no es solo la desaparición de programas sanitarios, sino también la anarquía que impera en la frontera sur de México. La línea natural entre México y Guatemala, representada por el río Suchiate, carece de un marco jurídico efectivo, y se ha convertido en una de las puertas más vulnerables del país. No existe vigilancia efectiva sobre el tráfico de migrantes, de ganado o de sustancias ilícitas.
En este contexto, no hay sorpresa alguna en que ganado contaminado cruce sin impedimento alguno hacia territorio mexicano. La Guardia Nacional está enfocada en contener flujos migratorios y en muchos casos opera bajo una lógica más política que sanitaria. Mientras tanto, el ganado enfermo entra sin revisión, poniendo en riesgo toda la cadena alimentaria.
EL RIESGO COMERCIAL CON ESTADOS UNIDOS
Estados Unidos es el principal comprador de carne mexicana. Durante décadas, la reputación de México como productor confiable se basó en controles sanitarios estrictos. Pero ese prestigio puede desmoronarse rápidamente. Con la reaparición del gusano barrenador, no pasará mucho tiempo antes de que Washington imponga restricciones al ingreso de carne mexicana, como ya ha ocurrido en el pasado con otros productos agrícolas.
Esto no solo afectará a los grandes productores, sino también a los pequeños ganaderos de regiones como la Huasteca, quienes se verán golpeados por las restricciones sin haber sido responsables del colapso del sistema. Es un problema estructural, cuyo origen es político e institucional.
SEIS AÑOS, UNA RUINA
La historia lo confirma: construir un sistema sanitario robusto tomó décadas, pero destruirlo solo tomó un sexenio. Las políticas fitosanitarias fueron barridas del mapa burocrático con rapidez e indiferencia. En nombre de la "eficiencia" y de la "austeridad", se desmantelaron instituciones, se recortaron presupuestos y se abandonaron programas clave.
Hoy, el país paga las consecuencias. Los brotes están aquí, el mercado está en riesgo, y la reputación internacional se tambalea. Peor aún: no hay señales de reconstrucción ni de una estrategia que revierta este deterioro.
La pregunta que queda en el aire es la misma que los productores se hacen cada día: ¿cuándo entenderá el gobierno que la sanidad animal es una prioridad nacional, no un lujo opcional?
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