Héctor de Luna Espinosa
En los tiempos de Jesús, la lepra era una de las enfermedades más temidas. No solo causaba dolor físico y desfiguración, sino que convertía a la persona en un ser marginado y excluido, separado de su familia y su comunidad. La ley mosaica era clara: los leprosos debían vivir aislados y gritar "¡Impuro, impuro!" cuando alguien se acercaba. No había cura conocida, y vivir con lepra significaba una vida de soledad y desesperanza. Sin embargo, en medio de ese dolor, un leproso encontró esperanza.
Hoy hablaremos del momento en que Jesús rompió las barreras de la enfermedad, el estigma y el miedo, y sanó a un hombre con lepra. Este evento está registrado tanto en Mateo como en Marcos y Lucas. A pesar de que la lepra lo hacía impuro y las normas sociales lo mantenían marginado, este hombre hizo algo inesperado: se acercó a Jesús.
Imaginemos por un momento lo que esto significaba. Probablemente fue rechazado y mirado con desprecio por los demás mientras se acercaba a Jesús, pero su desesperación y fe superaron su temor. El leproso, de rodillas, le dijo a Jesús: "Señor, si quieres, puedes limpiarme". ¡Qué declaración de fe! No había duda en su corazón de que Jesús podía sanarlo; solo reconocía la soberanía de Jesús sobre el cuándo y cómo. Este hombre tenía una confianza absoluta en el poder de Jesús, pero también una humildad profunda, aceptando que la sanidad dependía de la voluntad divina.
Y aquí es donde vemos el corazón compasivo de nuestro Salvador. Jesús no solo le respondió verbalmente, sino que hizo algo revolucionario: lo tocó. Jesús rompió todas las barreras sociales y religiosas al tocar a un leproso. Para muchos, esto era inimaginable, ya que, según la ley, tocar a un leproso te hacía impuro. Pero para Jesús, tocarlo significaba algo mucho más profundo: restauración y sanidad. Jesús dijo: "Quiero, sé limpio". Estas palabras no solo sanaron físicamente al hombre, sino que también restauraron su dignidad y su lugar en la comunidad.
En un acto de compasión, Jesús eliminó años de aislamiento y vergüenza. En el mismo momento en que Jesús pronunció estas palabras y al tocarlo, el leproso fue sanado. La lepra que había devastado su cuerpo y lo había excluido de la sociedad desapareció de inmediato. Este milagro demostró el poder absoluto de Jesús sobre la enfermedad. No hubo un proceso largo ni una cura progresiva; fue instantáneo.
Este evento es un recordatorio de que cuando Jesús interviene en nuestras vidas, lo hace de una manera completa y definitiva. Cuando Él trae sanidad, también trae restauración y renovación.
Después de sanarlo, Jesús le dio una instrucción clara: "No se lo digas a nadie, sino ve y muéstrate al sacerdote y ofrece por tu purificación lo que Moisés mandó". Jesús respetaba la ley de Moisés, y este acto no solo confirmaba la sanidad, sino que también permitía al hombre reintegrarse a la comunidad. Es interesante notar que Jesús le pidió al hombre que no contara a otros sobre el milagro. A menudo, Jesús no quería que su misión fuera malinterpretada como la de un simple hacedor de milagros o un líder político. Él vino a traer la salvación espiritual, y los milagros eran una confirmación de su autoridad divina, no el centro de su ministerio.
Este evento nos enseña mucho sobre quién es Jesús. Primero, vemos su poder absoluto sobre toda enfermedad y circunstancia. No hay problema demasiado grande para Él. No importa cuán impuro, roto o excluido alguien se sienta, Jesús tiene el poder y el deseo de sanar. En segundo lugar, vemos la compasión de Jesús. Él no solo sana físicamente, sino que también restaura las vidas, las relaciones y el alma. Su toque no solo cura el cuerpo, sino que también trae sanidad espiritual y emocional.
Finalmente, esto nos recuerda que la fe de este leproso es un ejemplo para nosotros. Él vino a Jesús con humildad, reconociendo tanto el poder como la soberanía de Cristo. Si estamos luchando con algo en nuestras vidas, este pasaje nos invita a hacer lo mismo: acercarnos a Jesús con fe, confiando en su poder y sometiéndonos a su voluntad.
En conclusión, la historia del leproso sanado nos muestra que Jesús es más que un sanador físico. Él es nuestro Salvador, que toca las partes más impuras y rotas de nuestras vidas para restaurarnos completamente. Así como el leproso fue sanado y restaurado a su comunidad, nosotros también podemos experimentar esa sanidad cuando venimos a Jesús con fe.
Gracias por acompañarme en este episodio. Recuerda que, sin importar la "lepra" que estés enfrentando en tu vida, Jesús está dispuesto a tocarte, sanarte y restaurarte. ¡Dios te bendiga!
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