"El circo ya no tiene animales, pero sigue siendo un espacio de valor, talento y pasión", subrayó.
En Ciudad Valles, pocas experiencias despiertan tanta emoción y asombro como la llegada de un circo. Entre luces, música y aplausos, un mundo paralelo cobra vida bajo la carpa, un universo donde los sueños desafían la gravedad y la rutina se disuelve en un instante de magia. Ese universo tiene nombre, color y alma propia gracias a artistas como Fernanda Zapiain, joven trapecista que, a sus 20 años, ha encontrado en el aire su vocación, su refugio y su manera de vivir.
"Hace exactamente dos años entré al circo, recién cumplidos los 18", recuerda con una sonrisa. Su historia no nació en una dinastía circense ni bajo el legado familiar de los grandes trapecistas. "Yo no soy de familia de circo —explica—, y de hecho, mi sueño no era estar aquí. Iba a estudiar gastronomía, iba a ser chef. Pero todo se fue acomodando sin planearlo".
Esa espontaneidad, dice, fue la que marcó su destino. "Aprendí a no planear tanto las cosas. Entreno desde hace seis años; a los dos comencé a dar clases, y un día simplemente decidí audicionar. Pensé: si pasa, bien, y si no, no pasa nada. Y pasó".
ENTRENAR PARA VOLAR
El oficio del trapecio no sólo exige destreza física, sino un temple emocional que se forja entre la disciplina y el riesgo. "Desde chica me gustó superar mis miedos. Me emociona sentir esa adrenalina de que casi casi te vas a aventar, y que parece que te puedes morir", confiesa Fernanda entre risas. "Es raro, pero me gusta esa sensación. Siempre he tenido la idea de vivir como si fuera el último día".
Su entrenamiento, dice, no se reduce a la fuerza o la elasticidad: "Es un proceso mental, paso por paso. Hay cosas que dan miedo, pero no me rindo. No rendirme es una regla para mí".
Esa mentalidad le ha permitido dominar distintas disciplinas aéreas: aro, telas, cintas, y por supuesto, el trapecio, su acto principal. "En este circo sólo desarrollo un número, como bailarina y trapecista. Pero puedo trabajar con cualquier aparato aéreo. También en piso, aunque eso requiere otro tipo de preparación".
EL TEMPLO DE LA CARPA
Cuando se le pregunta qué significa para ella la carpa, no duda. "No sé muy bien cómo explicarlo. Simplemente me apasiona. Puedo tener problemas, pero en cuanto se abren las cortinas, soy otra. Es el aquí y el ahora".
Fernanda habla del escenario con una reverencia que recuerda a quienes ven en el arte una forma de vida. "La carpa tiene una magia. Es como un templo. Yo me siento empoderada, poderosa. Todo cambia cuando entro. Me transformo".
Esa transformación no sólo ocurre en el aire, sino también en su presencia escénica. "El maquillaje y el vestuario también te cambian. Ahora estamos con una temática futurista, inspirada en el espacio. Todo muy brillante, muy moderno, pero siempre con mi esencia. Me gusta sentirme cómoda, pero también elegante. Busco que mi acto sea sensual, pero sobre todo delicado, elegante. Que la gente sienta algo".
DEL SUEÑO AL DESTINO
Su historia es, en sí misma, un acto de fe. Dejó atrás un camino trazado hacia la gastronomía y eligió un salto al vacío, literal y simbólico. "A veces las cosas simplemente pasan —dice—. No planeaba dedicarme al circo, pero fue una oportunidad que cambió mi vida".
Hoy, con apenas dos años en la carpa, sueña con llevar su talento más allá de México. "A futuro me gustaría trabajar en el extranjero. Hay mucho trabajo circense en cruceros, hoteles o campamentos. La carpa es hermosa, pero el mundo del circo va más allá. Y quiero conocerlo todo".
VIVIR PARA EL APLAUSO
El paso del circo por Ciudad Valles ha devuelto a las familias un espacio de convivencia y asombro que escasea en la vida cotidiana. "A veces, el circo es una de las pocas actividades que se nos ofrecen aquí, pero es un mundo maravilloso", comentó. "Es la magia de la fantasía, el arte del hombre y la mujer que se juegan la vida en el trapecio. Quién no soñó de niño con ser parte de un circo".
La joven trapecista describe su acto como una mezcla de danza, riesgo y emoción. "Cuando estoy en el aire, todo se detiene. Es como si el tiempo no existiera. Me gusta pensar que, al final, el público siente esa energía. Esa conexión lo vale todo".
Fernanda invita a todos a asistir. "Vayan a verme, de verdad. Van a notar la diferencia entre cómo soy abajo y cómo soy en el escenario. Arriba, soy otra. Y eso es lo que me enamora del circo".
LA VIDA DESDE EL AIRE
En una época en que el entretenimiento se consume a través de pantallas, el circo recuerda el valor del asombro en vivo. Cada salto, cada giro y cada aplauso son parte de una conexión humana que ningún algoritmo puede reemplazar.
Fernanda Zapiain lo resume en una frase simple pero poderosa: "En cuanto se abren las cortinas, soy otra". Y en esa otra versión de sí misma, suspendida entre luces y música, la Huasteca Potosina descubre que el arte de volar también es una forma de vivir.
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