Viernes, 17 de Octubre de 2025
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DIRECTOR GENERAL.
SAMUEL ROA BOTELLO
Semana del 17 de Octubre al 23 de Octubre de 2025

Improvisación: El desastre que se repite cada año

Improvisación: El desastre que se repite cada año



El problema no está en el cielo. Está en la tierra... y en quienes la gobiernan.

Cada temporada de lluvias, el país revive el mismo drama: ríos desbordados, familias evacuadas, carreteras cortadas, clases suspendidas a destiempo y autoridades que reaccionan cuando el agua ya les llega —literalmente— al cuello. Lo ocurrido en la zona Huasteca, con los desbordamientos del río Moctezuma y la presa Zimapán, no es una tragedia natural, sino un reflejo de la falta de planeación y de una cultura institucional que improvisa incluso frente a lo predecible.

La presa Zimapán, como bien se explicó desde una visión técnica que debió ofrecer la propia Conagua, cumple varias funciones vitales: regula las avenidas del río Moctezuma —que nace de la unión del río Tula y del río San Juan—, genera energía hidroeléctrica para el Valle de México y actúa como contención de las aguas que vienen desde Hidalgo, Querétaro y parte de San Luis Potosí. Es decir, no es una represa más: es una pieza clave del sistema hidráulico del centro del país.

Sin embargo, cuando su desfogue causa estragos aguas abajo, la explicación técnica suele llegar tarde o ni siquiera llega. Y lo más grave: el ciclo de desastre se repite porque no existe un verdadero plan hídrico que articule prevención, almacenamiento, canalización y uso racional del agua.

CUANDO LLUEVE NOS INUNDAMOS, CUANDO NO LLUEVE NOS MORIMOS DE SED
El contraste es brutal. Hace apenas un año, productores agrícolas y ganaderos de la región clamaban por agua. "Se nos está muriendo el ganado, estamos perdiendo las cosechas, no tenemos agua", advertían. Entonces, el reclamo era claro: un plan hídrico nacional que permitiera almacenar el agua de las lluvias para enfrentar las épocas de sequía.

Nadie escuchó. Hoy, esas mismas tierras que se agrietaban por falta de lluvia están bajo el agua. Y lo que sobra ahora será lo que faltará en unos meses. "Esta agua que hoy inunda, en cosecha de un año o dos la vamos a estar extrañando porque no la supimos administrar", se dijo con toda razón. No se trata de adivinar el clima, sino de planificarlo. Pero en México parece que el tiempo meteorológico siempre sorprende a los políticos.

No es que no llueva, es que no se aprovecha. Y cuando el agua cae con fuerza, la infraestructura es incapaz de recibirla; cuando no cae, la infraestructura es inexistente para retenerla. Es el ciclo de la negligencia.

RÍOS DESBORDADOS, AUTORIDADES DESBORDADAS
El río Moctezuma, que atraviesa la Huasteca, se alimenta también del río Amajac, que arrastra las corrientes de San Felipe Orizatlán, Tlanchinol, Hidalgo y otras zonas serranas. Su fuerza natural es enorme, pero su desbordamiento no debería ser sorpresa. Se sabe de antemano qué puntos son vulnerables, qué comunidades están en riesgo y qué caminos se cortan con la primera lluvia.

Y aun así, las autoridades actúan como si fuera la primera vez. A las ocho y media de la mañana, cuando muchos padres ya habían cruzado caminos peligrosos para llevar a sus hijos a la escuela bajo la lluvia, la Secretaría de Educación anunció la suspensión de clases. Una decisión que demuestra que no hay planeación ni sensibilidad.

"Imagínate: se tuvieron que salir, se fueron bajo la lluvia, cruzaron caminos que no debieron cruzar y llegaron a los planteles donde les dijeron que se suspendieron las clases", se lamentó. No se necesita un doctorado en meteorología para entender que un aviso así debe emitirse con tiempo. Pero parece que los funcionarios viven en otra zona climática.

ASENTAMIENTOS POLÍTICOS, DESASTRES ANUNCIADOS
Las inundaciones no solo son culpa del cielo, sino también de la tierra y de quienes la han mal administrado. Muchos de los puntos críticos donde hoy el agua arrasa con casas y familias son, en realidad, asentamientos irregulares promovidos bajo "canonjías políticas". Terrenos federales invadidos, colonias construidas al borde del río o sobre cauces naturales.

"Son terrenos federales que se inundan con facilidad, ahí se orina un perro y ya se inundó", se dijo con crudeza. La frase es dura, pero describe bien el grado de vulnerabilidad que se ha permitido con la complicidad de gobiernos municipales y estatales.

Y, para colmo, esa permisividad continúa. Tamazunchale, Axla, Tamuín, San Vicente... todos comparten el mismo patrón: construcciones sobre zonas de riesgo, ausencia de planeación urbana y autoridades que miran hacia otro lado. Cuando el agua llega, la tragedia se vuelve rutina y el discurso, copia.

DAMNIFICADOS Y OPORTUNISTAS
Hay otra cara del desastre: el "negocio de ser damnificado". Cada contingencia moviliza presupuestos, donativos, centros de acopio y ayuda humanitaria. Y con ellos, también llegan los que buscan sacar ventaja. "Ya es un negocio esto, todo lo que genera este tipo de contingencia termina beneficiando a algunos", se advirtió.

No es casualidad que aparezcan personajes políticos tratando de capitalizar el dolor ajeno. "Ahorita Tecmol está queriendo jalar reflectores, pegándole al gobernador. No eran amigos, ¿no? Ahora anda repartiendo despensas a nombre del gobierno del estado, buscando likes", se comentó. Esa exhibición oportunista de solidaridad en redes sociales refleja un fenómeno más profundo: la política del espectáculo, donde las tragedias se usan como escaparate.

En contraste, hay ejemplos de verdadera vocación de servicio. Elementos del Ejército, Protección Civil, la Guardia Civil estatal y policías municipales se han desplegado en las zonas más afectadas para rescatar personas, animales y bienes. Uno de ellos se volvió viral por salvar a unos perritos del agua. Y ese gesto, más allá de la anécdota, simboliza lo que el Estado debería representar: cuidado, empatía y presencia real.

UNA LECCIÓN QUE SE NIEGA A APRENDERSE
La historia de las lluvias en México se repite con una precisión tan trágica como predecible. Cada año, las mismas zonas se inundan, los mismos caminos se cortan, las mismas comunidades quedan aisladas. Cada año, las autoridades anuncian la suspensión de clases cuando los niños ya llegaron a la escuela, prometen reconstruir lo que se reconstruyó el año anterior y lanzan llamados a la solidaridad nacional.

Pero lo que falta no es solidaridad: es política pública. Falta visión de Estado, gestión del agua, infraestructura planificada y, sobre todo, continuidad. Lo que sobra es improvisación, oportunismo y declaraciones vacías.

Mientras tanto, el agua corre —y con ella, la memoria corta de un país que solo reacciona cuando se ahoga. El año pasado se pedía lluvia; hoy se ruega porque pare. El próximo año, probablemente, volverá la sequía. Y volveremos a decir lo mismo: que no hay plan hídrico, que faltan presas, que los ganaderos pierden, que los ríos se desbordan.

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