El escenario político en el Congreso de nuestro país ha sido testigo de una decadencia histórica que suscita vergüenza y decepción. En lugar de ser el foro donde hombres cultos y comprometidos con la moral política y la lucidez intelectual se congregan, hoy nos enfrentamos a una realidad desalentadora.
El Congreso del Estado se ha convertido en un espectáculo lamentable, donde la capacidad de razonamiento y visión ha menguado notablemente. Más que un parlamento con debates efectivos, presenciamos una competencia por ver quién presenta más iniciativas, sin importar la calidad, generando un diálogo legislativo que se asemeja a un drama televisivo o a una pelea de lucha libre.
Calificar la labor de esta legislatura resulta desafiante. Numerosas deficiencias lo asemejan más a un aparato burocrático que a un cuerpo legislativo eficiente, perjudicando considerablemente a los ciudadanos. Sorprendentemente, vemos prácticas cuestionables, como diputados que usan sus influencias para ubicar a sus allegados en puestos privilegiados, desviando fondos destinados a salarios y aprovechándose del sistema.
No obstante, no todos los legisladores actuales son incompetentes, pero prevalece lo negativo sobre lo positivo. Muchos parecen interesados en colocar a familiares, amigos o colaboradores en puestos de poder, desviándose del verdadero objetivo de fortalecer el poder judicial o representar efectivamente a la ciudadanía.
Esta realidad se extiende más allá del Congreso, involucrando a los partidos políticos que postulan a estos diputados. La falta de una oposición efectiva es evidente, permitiendo que ciertas prácticas se perpetúen sin cuestionamientos. Incluso órganos como el Consejo Estatal Electoral y de Participación Ciudadana (CEPAC) están sumidos en una burocracia ineficaz, perdiendo contacto con la ciudadanía y llevando a cabo acciones cuestionables.
La preocupación por las elecciones del 2024 en San Luis Potosí es evidente. Un CEPAC sin representatividad ni criterio social amenaza con elecciones deficientes, poniendo en riesgo la democracia misma. Los nombres y apellidos de quienes permitieron esta situación deben ser recordados por los ciudadanos, exigiendo responsabilidad a aquellos que no cumplieron con sus obligaciones.
Es crucial que la sociedad se mantenga alerta y no olvide la responsabilidad de aquellos que ocupan cargos públicos. Los ciudadanos tienen el derecho y la responsabilidad de exigir transparencia, ética y verdadera representación en sus instituciones políticas. La elección no debe ser mediocridad, sino una oportunidad para fortalecer la democracia y la gobernabilidad.
La necesidad de una reforma profunda y un cambio de actitud es inminente. La transparencia, la rendición de cuentas y la verdadera representación ciudadana deben convertirse en los pilares de nuestra democracia, porque en última instancia, son los ciudadanos quienes deben ser los jueces de la efectividad y la integridad de sus representantes.
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