Jueves, 26 de Diciembre de 2024
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La justicia divina y su eco en la humanidad

La justicia divina y su eco en la humanidad



En la antigua Israel, antes de que los reyes se establecieran como gobernantes supremos, la justicia y el liderazgo no provenían de coronas ni palacios, sino de personas ordinarias elegidas por Dios. Eran los jueces, quienes surgían en momentos de crisis, cuando el pueblo de Israel se apartaba de las enseñanzas divinas y caía en el caos de la idolatría y el pecado. En este contexto, los jueces no solo tenían la tarea de restaurar el orden, sino de liderar un renacimiento espiritual que acercara nuevamente al pueblo a su Dios.

La figura de los jueces en la Biblia es, sin duda, un reflejo de la misericordia divina. A pesar de los errores repetidos del pueblo, Dios, en su infinita compasión, levantaba a estos líderes para liberar a Israel de sus opresores y guiarlo de vuelta a la senda correcta. El libro de Jueces, en su capítulo 2, versículos 16 al 19, ofrece una descripción detallada de este ciclo: "Entonces el Señor levantó jueces que los libraron de la mano de los que los saqueaban". Sin embargo el pueblo rápidamente volvía a caer en sus viejas costumbres una vez que los jueces fallecían, mostrando lo frágil de la naturaleza humana cuando no se somete a la autoridad de Dios.

En términos de funciones, los jueces no eran simplemente árbitros en disputas cotidianas. Su rol era multifacético: lideraban militarmente, restauraban el orden espiritual y administraban justicia. Un ejemplo notable es Débora, quien, además de ser una profetisa, dirigió al pueblo en una victoria crucial contra los cananeos y resolvía disputas entre los israelitas. Este tipo de liderazgo nos enseña que la justicia no solo es un concepto abstracto; es algo que debe ser vivido y aplicado en todos los aspectos de la vida, desde lo militar hasta lo espiritual.

La historia de los jueces también nos deja una lección sobre la fragilidad del liderazgo humano. Sansón, famoso por su fuerza sobrenatural, es un ejemplo clásico de cómo el poder puede corromper cuando se desvía del camino de la obediencia a Dios. Aunque Sansón logró grandes hazañas, su desobediencia personal lo llevó a una trágica caída. Esto nos recuerda que, incluso los jueces más poderosos, son humanos y están sujetos a errores.

Pero más allá de los jueces terrenales, la Biblia nos señala constantemente a un juez superior, uno que no falla ni se corrompe: Dios mismo. El Salmo 9, versículos 7 y 8, establece con claridad que "el Señor permanece para siempre; ha establecido su trono para juicio y juzgará al mundo con justicia". A diferencia de los jueces humanos, que podían ser influenciados por sus pasiones o circunstancias, el juicio de Dios es eterno y perfecto. En ese sentido, los jueces bíblicos no eran más que una sombra, un anticipo de lo que sería el juicio final y la justicia perfecta que solo puede provenir de Dios.

En nuestro mundo moderno, donde la justicia parece a veces tan frágil y manipulable, es crucial recordar la enseñanza de Isaías 33:22: "Porque el Señor es nuestro juez, el Señor es nuestro legislador, el Señor es nuestro Rey; él nos salvará". Este versículo no solo encapsula la autoridad suprema de Dios sobre todos los aspectos de la vida —el poder judicial, legislativo y ejecutivo—, sino que también es un recordatorio de que, por encima de cualquier sistema terrenal, Dios sigue siendo el árbitro final de la justicia.

 


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