Rodolfo del Ãngel del Ãngel
Fue un 29 de junio de 1985, justo al siguiente dÃa de haberme graduado del seminario que asumà mi primera responsabilidad pastoral. Estaba ansioso por iniciar mi ministerio. Habiendo nacido en una familia pastoral tenÃa alguna idea de las experiencias que me aguardaban, sin embargo, jamás sabes, realmente, lo que significa ser un siervo de Dios, hasta que lo vives. Solo ahora, entonces, comprendo, lo que significa. Recapitulo sobre el camino andado, y en realidad reconozco que, si no fuese por la gracia de Dios, hacÃa mucho tiempo hubiera fracasado en la realización de la encomienda divina.
Mi primera iglesia fue en Cd. Mante, donde mi esposa y yo permanecimos por un espacio de casi cinco años. En realidad, no era mi expectativa iniciar mi ministerio en esa localidad. Fue una serie de circunstancia que en aquel tiempo no consideré favorables que me llevaron allà (ahora se que fue la providencia de nuestro Dios soberano) Esperaba permanecer en Tampico para que mi esposa continuará sus estudios en el seminario, y yo pudiese concluir los mÃos en la universidad. Fue en realidad difÃcil continuar viajando desde Cd. Mante a Tampico por un tiempo. Ethel y yo estábamos recién casados. Justo el dÃa de la boda, enfermó gravemente. Al presente, todavÃa, tiene secuelas de esa enfermedad. La casa que nos asignó la iglesia, al lado del sencillo templo de techo palma y láminas, era una construcción antigua con techo elevado, algo frÃa y húmeda, y apenas con una habitación, una sala y el baño. Con la ayuda de algunas personas de la congregación la amueblamos de manera modesta. No tenÃamos nada, excepto juventud y deseos de servir a Dios. Recibimos tanta amistad y generosidad de la gente que cuando llegó el dÃa de despedirnos, nos fuimos con cuatro sillas de palma y el perdón de una deuda de setenta pesos como finiquito, sin embargo, nos llevamos lo más importante, el amor y el respeto de la grey. Con ellos reÃmos y lloramos, y juntos alabamos y servimos al Señor. Lo más desafiante fue tratar de trabajar con un anciano de iglesia autoritario, cerrado al diálogo, y que nunca concedió libertad para desarrollar algunas ideas en el ministerio. No obstante, agradezco de corazón a Dios por esa experiencia que me enseñó mucho. El pastorado exige formación continua como toda profesión, y sabidurÃa para aprender de todas las experiencias que se van viviendo.
Llegamos a Cd. Valles en enero de 1999. La iglesia vivÃa el duelo de quien habÃa sido su querido pastor por diez años. Un hombre consagrado, admirable, preparado, a quien Dios llamó a su presencia siendo aún muy joven. HabÃa dudas y vacilaciones en mÃ. ¡Qué difÃcil llenar los zapatos del Pbro. Obed RodrÃguez Zapata! Al paso de estos veintinueve años aquà en Valles, hemos sido grandemente bendecidos con una iglesia paciente y generosa. No han faltado dificultades y desafÃos, pero el amor y nuestro llamado a glorificar a Dios ha sido más fuerte que cualquier prueba o lucha. Un pastor jamás podrá serlo sin sus ovejas, mucho menos sin la gracia del Pastor de pastores, nuestro Señor Jesucristo. Gracias hermanos y hermanas por todo su amor, generosidad y hospitalidad. Inicié muy joven en este ministerio, y después de treinta cuatro años de ser pastor (¡Me parece increÃble!) Puedo decir dos cosas: Dios ha sido fiel y providente y solo su gracia nos ha sostenido. Si tuviera que elegir nuevamente, serÃa pastor. Gloria sea por siempre a Dios, único digno de toda adoración.
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