Rodolfo del Ãngel del Ãngel
Es común, frente al dolor no merecido, preguntarnos ¿por qué a mÃ? Ciertamente que la vida no es justa y, frecuentemente, vemos como a la gente buena le pasan cosas malas, y es que el sentido de la existencia no lo encontramos en la lógica humana de lo que es justo y no lo es. El sentido de la existencia lo encontramos en la fe, y la fe, nos resulta un absurdo si la tratamos de explicar desde plano de nuestros razonamientos. La razón humana tiene un lÃmite y no lo explica todo, especialmente cuando de las cosas esenciales de la vida se trata. Es San Pablo quien dice que debemos andar por fe y no por vista, pues solo la fe puede percibir las cosas que no se ven y que tienen peso de eternidad. Cuando uno considera la vida del apóstol descubre lo que para él significaba andar por fe.
Cuando escribe a los hermanos de Filipos lo hace desde una oscura, frÃa y estrecha prisión romana. En esta carta el apóstol despliega confianza y gozo e invita a sus amados lectores a alegrarse en el Señor. Uno pudiera creer que San Pablo se ha vuelto loco ¡Cómo es posible que desde su condición pueda hablar de gozo, confianza y fe en Dios! La razón solo la descubrimos cuando apreciamos cuál es la fuente de la seguridad del apóstol. Ãl sabÃa que estaba allà por la voluntad de Dios y que habÃa un propósito en ello. Ãl lo expresa de la siguiente manera: âQuiero que sepan, hermanos, que lo que me ha sucedido ha favorecido la difusión de la Buena Noticiaâ (Fil. 1:12). Dondequiera que Pablo iba era un misionero de Cristo con una sola encomienda: Anunciar la Buena Noticia en Cristo. Asà es que él no estaba allà pro elección personal sino por comisión divina y para el representaba la extraordinaria oportunidad de dar testimonio de Cristo a la guardia pretoriana.
Pablo sabe que en la confianza que viene de la fe, no tenÃa ya nada que perder, pues, desde que habÃa sido comisionado, todo lo habÃa considerado como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo. De tal modo que podÃa concluir que cualquiera que fuera su suerte, no habÃa modo de perder para él. Si permanecÃa en prisión, él ganaba, pues aquellos que estaban acobardados de proclamar a Cristo por temor a la persecución habÃan cobrado ánimo con sus prisiones y se atrevÃan, ahora, a hablar abiertamente y con valor de Cristo.
Claro, la prisión representaba la posibilidad de morir, pero Pablo sabÃa que solo la voluntad de Dios determinarÃa su suerte y en medio de esa situación algo tenÃa por seguro: Cualquiera que esta fuera, no habÃa manera de perder. Si morÃa partirÃa para estar con Cristo, lo cual es muchÃsimo mejor; pero si el Señor decidÃa dejarlo todavÃa, tampoco perderÃa, pues aún podrÃa permanecer entre sus hermanos para provecho de su fe. En realidad, Pablo experimentaba un conflicto interior, este conflicto no era entre morir y no morir, pues nadie tiene elección frente a tal realidad. Su conflicto era entre querer ir con Cristo más allá de la muerte y vivir el mayor gozo que en este mundo se puede experimentar entre luchas y penurias: El gozo de servir a Cristo y anunciar su mensaje de vida.
Prisionero o libre, vivo o muerto; nada tenÃa que perder, más bien, tenÃa todo por ganar. Esta seguridad está expresada en sus propias palabras: âEstoy completamente seguro que ahora como siempre, viva o muera, Cristo será engrandecido en mi persona. Porque para mi la vida es Cristo y morir una gananciaâ (Fil. 1:20, 21).
Jim Elliot, misionero que murió a manos de los indios Aucas a quienes él habÃa ido a predicar el evangelio, escribió alguna vez estas palabras en su diario: âNinguno es tonto si pierde aquello que no puede retener, para ganar lo que no puede perderâ.
Claro, él también habÃa comprendido que solo la fe le da sentido a la vida, porque en la confianza que nos viene de Jesús es perdiendo como ganamos.
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