Rodolfo del Ãngel del Ãngel
Cuando las dificultades me asedian y tomo conciencia de mi debilidad, mi ánimo se quebranta y desespero. Mi mente se llena de dudas, mi alma desfallece.
¿Por qué en lo profundo del alma me niego a aceptar el hecho innegable de mi humana condición? Soy humano, entonces, tengo lÃmites, soy vulnerable, soy un vaso de barro. Lo veo cada dÃa a mà alrededor porque quienes me rodean son un espejo donde yo mismo veo reflejado. Mi propia existencia es recordatorio constante de ello.
¡Cuánta vanidad y mentira hay en el sentido de autosuficiencia que nos lleva a creer que estamos más allá del sufrimiento y la debilidad! Y que duro despertar a la realidad cuando el dolor nos quebranta.
Pero, ¿cómo enfrentar la contrariedad?, ¿cómo seguir adelante a pesar de la pérdida?, ¿cómo encontrarle sentido a la vida frente a la tragedia y la muerte? Estas son las preguntas existenciales que cobran importancia cuando surgen frente a mi tragedia y mi muerte. Es decir cuando la vida me cuestiona en forma personal.
¿Por qué a m�, ¿por qué ahora? Parece que el pensar consiste en solo hacerse preguntas frente a la condición humana y sus instancias.
El dolor va a llegar, el sufrimiento me habrá de mostrar sus diferentes rostros, esta humanidad se irá desgastando, ¿qué nos queda al fin?, ¿qué sentido tiene toda la tragedia de la existencia humana? He allà las grandes interrogantes que parecen no tener respuesta.
Las memorias infantiles vienen a mi mente. El caminar por un sendero oscuro de la mano de mi Padre, ¡Eso me daba sentido de seguridad! La noche estaba allÃ, los ruidos que presagiaban peligros que se acrecentaban en mi imaginación tornándose en monstruos amenazantes no dejaban de escucharse, lo largo del camino que parecÃa no tener fin o conducir a alguna parte. La mano que me sostenÃa en silencio y que de cuando en cuando apretaba con un poco más de fuerza me daba confianza. No estaba solo, veÃa a mi Padre como ese hombre poderoso e invencible que me sostenÃa, me guiaba y me cuidaba de toda amenaza.
De eso se trata entonces, no de pretender evitar los pasajes oscuros de la existencia, no de negar la realidad del peligro y las sombras que a veces rodean nuestra vida, sino de saber que hay una mano que nos sostiene, que hay una presencia que nos acompaña. El conoce el camino y él nos acompaña en el trayecto asegurándonos, a cada paso, que todo va a estar bien, que él nos guarda de la angustia, que él nos protege con su presencia. AsÃ, confiado, a lo largo del trayecto sus palabras amorosas disipan nuestras dudas, hacen llevaderos nuestros sufrimientos y aligeran la jornada: -- -Hijo mÃo, no te dejaré ni te desampararé-. Gracias Padre, porque contigo a tu lado nada temo.
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