Jueves, 18 de Abril de 2024
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SAMUEL ROA BOTELLO

Opinión

Limpieza Profunda

Por Héctor de Luna Espinosa

Los coronavirus son una extensa familia de virus que pueden causar enfermedades tanto en animales como en humanos. La COVID-19 es la enfermedad infecciosa causada por el coronavirus que se ha descubierto más recientemente.

Según la Organización Mundial de la Salud una persona puede contraer la COVID-19 por contacto con otra que esté infectada por el virus. La enfermedad se propaga principalmente de persona a persona a través de las gotículas que salen despedidas de la nariz o la boca de una persona infectada al toser, estornudar o hablar.

Practicar la higiene respiratoria y de las manos es importante en todo momento y la mejor forma de protegerse a sí mismo y a los demás.

El aislamiento es una medida importante que adoptan las personas con síntomas de COVID-19 para evitar infectar a otras personas de la comunidad, incluidos sus familiares.

Más de 2000 años atrás en la historia, cuando no se conocía esa enfermedad, la lepra, como lo es el SIDA hoy, era una enfermedad temida porque no había cura conocida. En el tiempo de Jesús, la palabra lepra denotaba varias enfermedades similares, y algunas de ellas eran contagiosas. Si una persona la contraía, el sacerdote lo declaraba leproso y lo alejaban de su hogar y ciudad. Lo enviaban a vivir en una comunidad con otros leprosos hasta que se recuperara o muriera.

La lepra podía empezar con la pérdida de la sensibilidad en alguna parte del cuerpo; afectaba los troncos nerviosos; los músculos se descomponían; los tendones se contraían hasta hacer que las manos parecieran garras. Seguía la ulceración de las manos y los pies. Luego llegaba la pérdida progresiva de los dedos de las manos y de los pies, hasta acabar por caérseles toda la mano o todo el pie. La duración de esa clase de lepra podía alcanzar entre veinte y treinta años. Es una clase terrible de muerte progresiva en la que la persona va muriendo poco a poco.

El Evangelio de Mateo nos narra la historia de un leproso que se acercó a Jesús buscando ayuda,

Mateo 8:1 Cuando descendió Jesús del monte, le seguía mucha gente.

2 Y he aquí vino un leproso y se postró ante él, diciendo: Señor, si quieres, puedes limpiarme.

3 Jesús extendió la mano y le tocó, diciendo: Quiero; sé limpio. Y al instante su lepra desapareció.

A la pregunta del leproso diciéndole a Jesús, “Señor, si quieres, puedes limpiarme.” Jesús respondió, “Quiero; sé limpio”. Lo cual nos muestra que Su

voluntad es sanar. Él quiere hacerlo.

La persona enferma era considerada ritualmente impura. Cuando el leproso rogó a Jesús que lo sanara, Jesús se le acercó y lo tocó, aun cuando su piel estaba cubierta del temido mal.

A cualquiera que tocara a un leproso se le consideraba impuro (Levíticos 5.3); sin embargo, Jesús extendió la mano y lo tocó para sanarlo. Justo en el momento que lo tocó, el leproso dejó de ser impuro. Jesús lo limpió.

Como la lepra, el pecado es una enfermedad incurable, y todos lo tenemos. Solo el toque sanador de Cristo puede milagrosamente poner a un lado nuestros pecados y restaurarnos para que podamos vivir en plenitud. Pero primero, al igual que el leproso, debemos reconocer que no podemos curarnos nosotros mismos y pedir a Cristo su ayuda salvadora.

Oración:

Señor Jesús, Tú tienes poder para sanar, para perdonar pecados y limpiarnos de toda maldad. Reconozco mi situación, mi pecado y mi necesidad. Tócame para ser limpio. Perdóname y sé mi Señor y Sanador.


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