Javier Salinas, Experto en Mercadotecnia y Estrate
El Mundial de Futbol 2026 se aproxima y, tras el sorteo, comienza a dibujarse con mayor claridad el calendario, las sedes y los partidos que se disputarán en América del Norte. Sin embargo, lejos de la euforia colectiva que marcó a México 70 o incluso al México 86, hoy el ambiente es distinto. Hay expectativa, sí, pero también una sensación de distancia, de frialdad, de un evento que parece más diseñado para el mercado que para la emoción popular.
El futbol, que durante décadas fue un ritual social y una narrativa compartida, hoy enfrenta un cambio profundo. La manera de consumirlo, de venderlo y de organizarlo ha mutado radicalmente. Y en ese contexto, el Mundial 2026 aparece como un espectáculo global de grandes cifras, pero con una conexión cada vez más débil con el aficionado de a pie.
HEMOS PERDIDO LA CAPACIDAD DE ASOMBRO
Una de las reflexiones más duras sobre este Mundial es la pérdida de la capacidad de asombro. "Hemos perdido como sociedad la capacidad del asombro, ya no nos asombramos tan fácil y eso es tristísimo", se afirma al analizar el ánimo que rodea a la Copa del Mundo. La convivencia de generaciones —X, millennials y centennials— ha creado una sociedad hiperestimulada, saturada de eventos, mensajes y contenidos, donde incluso un Mundial parece insuficiente para generar emoción genuina.
Esto no significa que el evento haya perdido importancia. Al contrario, sigue siendo uno de los espectáculos deportivos más relevantes del planeta, capaz de trascender lo meramente deportivo y convertirse en un fenómeno cultural y político. Pero la forma en que se ha gestionado ha ido enfriando el entusiasmo, desplazando al aficionado como eje central del futbol.
EL FUTBOL COMO PRODUCTO, NO COMO PASIÓN
Uno de los puntos más críticos es la estrategia de la FIFA y de las federaciones, que han apostado por una explotación comercial desmedida. "Han preferido la explotación comercial excesiva, ya rayándose en un absurdo", se señala con contundencia. El resultado es un futbol que parece haber olvidado a su base social.
Hoy ya no importa jugar a las once de la mañana o a la una de la tarde con temperaturas extremas; lo importante es cumplir con la lógica de mercado, maximizar audiencias globales y garantizar contratos publicitarios. La masificación del deporte "cueste lo que cueste" se ha convertido en la prioridad, incluso si eso implica despojar al futbol de su esencia y de la voz del aficionado.
A esto se suma una percepción clara de entreguismo político de la FIFA hacia Estados Unidos, que no solo será el principal anfitrión, sino el verdadero centro de decisión del torneo. La invención de reconocimientos simbólicos y mensajes políticos ha terminado por alejar aún más al futbol de la calle, del barrio, del estadio popular.
UN MUNDIAL CON SABOR A PRÓLOGO
México, a pesar de su experiencia organizativa, tendrá apenas 13 partidos. Una cifra que resulta mínima si se compara con el peso histórico del país en la organización de Copas del Mundo. Nunca antes, ni siquiera con un Mundial Sub-17, se había tenido una participación tan limitada en términos de juegos.
La organización, eso sí, está garantizada. Los comités locales encabezados por clubes como América, Chivas y Rayados tienen la capacidad para sacar adelante el evento con eficiencia. Todo indica que el Mundial será un éxito en la superficie: estadios llenos, transmisiones impecables y logística funcional. Pero el fondo es otro.
"Se ha vendido la idea de un Mundial que no es nuestro Mundial, es el Mundial de Estados Unidos", se resume con crudeza. México tendrá, en el mejor de los casos, un prólogo, un piloncito, una probadita de una fiesta que se celebrará realmente en otro lado.
BOLETOS, EXCLUSIÓN Y AFICIÓN DESPLAZADA
Uno de los aspectos más dolorosos para el aficionado es el acceso a los boletos. El proceso ha sido descrito como engorroso, confuso y discriminatorio. No solo por los precios elevados, sino por un sistema que funciona más como una lotería global que como una venta local.
Las ciudades sede apenas contarán con alrededor de 15 mil boletos disponibles para venta directa. El resto se distribuye a nivel mundial, diluyendo la posibilidad de que el aficionado local pueda asistir al estadio. El mensaje es claro: el futbol ya no pertenece a quien lo vive semana a semana, sino a quien puede pagar y navegar un sistema complejo y excluyente.
A esto se suman discursos oficiales que prometen cifras poco realistas, como la llegada de millones de visitantes. "Eso es un absurdo, no es posible, estadísticamente es comprobable que no va a suceder", se afirma, subrayando la brecha entre la narrativa política y la realidad.
EL LEGADO QUE NO TERMINA DE APARECER
Cada Mundial deja un legado, o al menos eso se espera. En México, gran parte de la infraestructura deportiva y urbana tiene su origen en eventos como los Juegos Olímpicos del 68 o el Mundial del 70. El Mundial del 86, pese a las dificultades económicas, también dejó aprendizajes organizativos y recintos como el estadio de Querétaro.
En 2026, el legado luce difuso. El estadio Azteca, al ser un recinto privado, se remodela más por necesidad que por visión pública. Algunas obras viales y ajustes en aeropuertos parecen responder más a urgencias acumuladas que a una planeación estratégica de largo plazo.
Mientras tanto, se intenta forzar un legado simbólico: mascotas no oficializadas, placas sin aval de la FIFA, gestos que parecen más actos de simulación que políticas estructurales. El verdadero mensaje no es el de una fiesta deportiva compartida, sino el de un negocio montado sobre la nostalgia y la pasión.
DESPUÉS DEL MUNDIAL, ¿QUÉ?
La historia invita a la cautela. Tras México 70 vino una de las peores décadas del futbol nacional, acompañada de crisis económicas. Después del 86 llegó el quiebre que desembocó en el escándalo del cachirulazo en 1990. La pregunta no es cuánto se ganará durante el Mundial, sino qué quedará después.
El riesgo es claro: saturación, sobreexposición y un aficionado aún más distante de su liga y de su selección. Un Mundial elitista puede generar ingresos inmediatos, pero también puede erosionar la base emocional del futbol mexicano.
EL FUTBOL ENTRE EL SUFRIMIENTO Y EL AMOR
Al final, pese a todo, el futbol sigue ahí. Con sus contradicciones, con su mercantilización, con su capacidad de hacernos sufrir noventa minutos y aun así volver. Somos, como se dice con ironía, "guadalupanos y telenoveleros", incapaces de negar nuestra naturaleza.
Quizá por eso el Mundial 2026, aunque descafeinado, seguirá siendo un punto de encuentro. No como la gran fiesta que alguna vez fue, sino como un espejo incómodo de lo que el futbol se ha convertido. Entre el Dios es redondo de Juan Villoro y el mercado sin alma, el reto será recordar que, sin afición, el futbol no es más que un negocio vacío.
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