Cuando la ciencia nace en el aula y encuentra apoyo, el resultado no solo cruza fronteras: transforma realidades.
Hablar de educación suele quedarse, muchas veces, en discursos abstractos o en estadísticas frías. Sin embargo, hay momentos en los que la realidad obliga a reconocer que la educación, cuando se vive con compromiso y visión, es capaz de transformar vidas, comunidades y hasta proyectar talento local hacia escenarios internacionales. El proyecto Guajerines, nacido en la Universidad Autónoma de San Luis Potosí, zona Huasteca, es un ejemplo claro de ello.
Este desarrollo, una botana saludable elaborada a base de maíz y guaje, no solo representa una propuesta innovadora en el ámbito alimentario, sino también una muestra contundente de lo que ocurre cuando la academia deja de ser un espacio cerrado y se convierte en un semillero de soluciones reales. Detrás de este proyecto hay trabajo, investigación, perseverancia y, sobre todo, una guía docente que entiende que educar no es solo impartir contenidos, sino acompañar procesos.
La doctora Sofía del Rosario Romero Ramos encarna ese perfil de docente que trasciende el aula. Su formación como ingeniera en industrias alimentarias y su doctorado en educación se reflejan no solo en el rigor técnico del proyecto, sino en la manera en que impulsa a sus estudiantes a creer en sus ideas. Guajerines no surge como una ocurrencia improvisada, sino como el resultado de un proceso académico serio, basado en prueba y error, análisis normativos, estudios de calidad e inocuidad, y una lectura clara de las necesidades actuales del mercado.
En un contexto donde la alimentación saludable y la regulación de productos ultraprocesados son temas prioritarios, pensar en una botana sin sellos, desarrollada desde ingredientes tradicionales, no es menor. Es una respuesta inteligente a los retos actuales de la industria alimentaria y, al mismo tiempo, una reivindicación del conocimiento local y de los insumos que históricamente han formado parte de nuestra cultura.
El camino, sin embargo, no ha sido sencillo. La investigación aplicada exige tiempo, recursos, acceso a laboratorios y colaboración interinstitucional. Exige también una enorme capacidad de organización y adaptación. Ajustar agendas, gestionar espacios, buscar alianzas y cumplir con normas estrictas es parte del aprendizaje que muchas veces no aparece en los planes de estudio, pero que resulta fundamental para la formación profesional de los estudiantes.
Uno de los aspectos más valiosos de esta experiencia es la decisión de no dejar el proyecto en el cajón de los trabajos finales. Cuántas ideas brillantes se quedan ahí, archivadas, por falta de impulso, miedo o ausencia de acompañamiento. Aquí ocurrió lo contrario: hubo una invitación a participar, a competir, a exponerse y a creer que el proyecto podía ir más lejos. Ese primer "sí" marcó la diferencia.
Las acreditaciones obtenidas en las etapas regional, estatal y nacional no son casualidad. Son el reflejo de un proyecto sólido que supo medirse frente a otros desarrollos, asumir la competencia como un espacio de aprendizaje y crecer con cada observación recibida. Llegar a una feria internacional en Malasia es un logro que habla del nivel académico que se puede alcanzar desde una región como la Huasteca potosina cuando se trabaja con seriedad.
Detrás del reconocimiento también hay una red de apoyo que vale la pena visibilizar. Aunque el proyecto tenga nombres visibles, existe un trabajo colectivo que incluye a otros asesores, docentes, coordinadores y autoridades universitarias que apuestan por decir "sí" y luego encontrar el cómo. Esa actitud institucional es clave para que la educación pública siga siendo un motor de movilidad social y de innovación.
El reto que sigue no es menor. Representar a México al otro lado del mundo implica una inversión económica importante y una logística compleja. Aquí se vuelve indispensable abrir una reflexión más amplia sobre el papel de las autoridades y de la sociedad en el impulso a la ciencia, la tecnología y la educación. Apoyar este tipo de proyectos no es un gasto, es una inversión estratégica en talento, conocimiento y futuro.
También hay un mensaje claro para la comunidad: estos proyectos pueden y deben sostenerse con la participación social. Consumir lo local, apoyar iniciativas innovadoras, difundir el trabajo académico y confiar en el talento joven son acciones que fortalecen el ecosistema educativo y productivo de la región.
Guajerines no es solo una botana; es un símbolo de lo que se puede lograr cuando la educación se conecta con la realidad, cuando los estudiantes se atreven a ir más allá y cuando los docentes asumen su rol como mentores. Es la prueba de que desde Ciudad Valles se pueden generar ideas con impacto global y de que el conocimiento, bien guiado, no tiene fronteras.
En tiempos donde se cuestiona constantemente el valor de la educación, historias como esta recuerdan que apostar por el conocimiento sigue siendo una de las decisiones más acertadas que puede tomar una sociedad.
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