Jueves, 19 de Septiembre de 2024
CIUDAD VALLES, S.L.P.
DIRECTOR GENERAL.
SAMUEL ROA BOTELLO
Semana del 20 de Septiembre al 26 de Septiembre de 2024

Entre conservadores y liberales: La eterna lucha en la política mexicana

Entre conservadores y liberales: La eterna lucha en la política mexicana



Solo a través de una ciudadanía crítica, informada y dispuesta a participar activamente en la construcción de un mejor país podremos romper este patrón destructivo.

El ciclo repetitivo de los salvadores en la política mexicana parece ser una constante inescapable. Desde tiempos históricos hasta la actualidad, los mexicanos hemos depositado nuestra fe en figuras mesiánicas, esperando que con un simple cambio de liderazgo, las problemáticas del país se resuelvan de manera casi mágica. Esta narrativa no es nueva; ha acompañado a la sociedad desde la época prehispánica, pasando por la colonia, la independencia y los periodos posteriores. La política mexicana sigue atrapada en esta construcción, en la que los líderes son percibidos como héroes que vendrán a redimirnos, mientras la oposición siempre juega el papel del "malvado" que debe ser derrotado. Sin embargo, este ciclo solo conduce a decepciones y repetición de errores del pasado.

Una muestra clara de esto es la reciente discusión en torno a la figura de Andrés Manuel López Obrador, quien ha sido catalogado por sus seguidores como el gran salvador de la patria. Sus leales defensores llegan al punto de considerar la política como un acto de fe, desbordando emociones y fidelidades casi religiosas hacia su figura. En el Senado, hemos visto cómo la política se transforma en una suerte de iglesia obradoriana, donde los argumentos se diluyen en lágrimas y palabras grandilocuentes que buscan justificar decisiones controversiales. Es una dinámica que, si bien parece absurda en un sistema democrático, no es nueva en la política mexicana.

El mito del Salvador es uno de los traumas históricos más profundos en la sociedad mexicana. Los ciudadanos han sido condicionados a buscar a un líder que solucione todos sus problemas, en lugar de asumir la responsabilidad colectiva de construir una nación. Cada elección presidencial o cambio de gobierno se convierte en una suerte de "borrón y cuenta nueva", donde se deposita toda la esperanza en el nuevo líder, solo para después enfrentar la inevitable decepción. Así sucedió con Vicente Fox, Enrique Peña Nieto, y ahora con López Obrador. Cada uno fue ungido con la esperanza de ser el gran liberador que llevaría al país a un mejor destino. Sin embargo, al paso del tiempo, los ciudadanos comienzan a ver las fallas, los excesos, y las promesas incumplidas, lo que alimenta la búsqueda del próximo "mesías político".

Pero, ¿por qué seguimos atrapados en esta dinámica? La historia de México ofrece algunas respuestas. Desde la conquista, hemos sido un país dividido. Tlaxcaltecas contra mexicas, criollos contra peninsulares, liberales contra conservadores. Siempre ha habido facciones enfrentadas que buscan imponerse una sobre la otra, en lugar de construir un proyecto de nación unificado. Esta falta de cohesión ha perpetuado el mito del Salvador, ya que se ve en cada líder la oportunidad de vencer a "los malos" y finalmente imponer "lo bueno". Es una narrativa simplista, pero efectiva en términos de movilización política.

En el siglo XIX, Antonio López de Santa Anna se erigió como uno de estos líderes contradictorios. Adorado y odiado, traidor y héroe, Santa Anna encarnó el arquetipo del político mexicano capaz de todo para mantener su poder. En su momento, fue percibido como el gran defensor de la patria al derrotar a los españoles en la batalla de Tampico, pero luego se alineó con los intereses estadounidenses en la independencia de Texas. Su historia ilustra el carácter cíclico de la política mexicana, donde los mismos personajes pueden ser salvadores y villanos en diferentes momentos. Así como ocurrió con Santa Anna, hoy vemos a líderes que son encumbrados por sus seguidores solo para ser tachados de traidores cuando no cumplen con las expectativas.

El caso reciente de la reforma al poder judicial es un ejemplo claro de esta continua pugna entre salvadores y villanos. En un país que históricamente ha creado mitos para superar sus traumas, no es de extrañar que las discusiones políticas se sigan dando en términos de "buenos" y "malos". La reforma, que pretendía cambiar radicalmente la estructura del poder judicial, fue presentada como una batalla entre aquellos que buscan el bien para México y aquellos que intentan mantener el status quo. Sin embargo, esta visión simplista ignora los matices y complejidades de una verdadera democracia.

Lo más preocupante de este ciclo de salvadores y decepciones es que seguimos cayendo en la misma trampa. Nos resistimos a construir un sentido crítico que nos permita evaluar objetivamente a nuestros líderes, sin caer en la idolatría o el rechazo absoluto. Nos hemos acostumbrado a justificar los errores del presente con los del pasado. "Sí, pero el PRI robó más", se dice para defender las acciones del actual gobierno, como si eso fuera una excusa válida para tolerar la corrupción o la ineficiencia. Esta actitud resignada solo perpetúa un sistema en el que no se rinde cuentas de manera efectiva.

Si bien la política mexicana está marcada por estos ciclos, el verdadero cambio no llegará con la aparición de otro Salvador. Los líderes no son héroes infalibles ni villanos absolutos; son humanos con virtudes y defectos, y como tales, deben ser evaluados constantemente por sus acciones, no por sus promesas o lealtades políticas.

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