Viernes, 19 de Abril de 2024
CIUDAD VALLES, S.L.P.
DIRECTOR GENERAL.
SAMUEL ROA BOTELLO
Semana del 06 de Abril al 12 de Abril de 2018

Ni yo te condeno

Ni yo te condeno

Pastor Rodolfo del Ángel del Ángel



Aquella turba enardecida me arrastró por las calles semidesnuda exponiéndome sin ningún pudor delante del gentío que comenzó a arremolinarse por las calles. Enfurecidos agitaban amenazadoramente sus puños armados con piedras gritando, ¡apedreen a la mujerzuela! Mi vida pasó delante de mí en un instante; el maltrato y el abandono de mi padre, mi madre siempre llorando, sufriendo en silencio. Me vi siendo una niña, mal vestida, con el rostro pálido, con hambre, sirviendo a mi padre y a mis hermanos varones que sin consideración a mi frágil cuerpo, me hacían trabajar sin descanso. Por las noches soñaba que era amada, que alguien se interesaba por mí, que me miraba, me sonreía, me acariciaba y me besaba con ternura. Un día llegó un hombre a la casa, jamás lo había visto, mi padre le recibió con una hospitalidad inusual, hablaron largo rato, mi suerte quedó echada, aquel hombre negoció con él por unas tierras y una bolsa de oro. Sin preguntarme, me obligó a ir con aquel hombre que era más viejo que mi padre. Mi madre solo agachó la mirada, y, como siempre, no se atrevió a protestar.

Aquel hombre me llevó consigo y arrebató sin consideración alguna mi inocencia mientras miraba, a través de la pequeña ventana de aquel cuarto sucio y oscuro la luna que se ocultaba tras las nubes. Mi mente viajó lejos, muy lejos en el infinito de cielo hasta que dejé de sentir mi cuerpo. Pasé de la esclavitud del padre a la esclavitud de aquel hombre que me había adquirido como si fuera un animal en venta. Tiempo después lo conocí a él, hombre joven de mirada tierna y serena. Un amor prohibido se fue apoderando de nuestros corazones, nuestras almas hambrientas encontraron al fin una ternura nueva y desconocida. ¡Nos atrevimos a desafiar todo aquello que nuestro pueblo tiene por lo más sagrado y de buen nombre en una mujer! Sospechando el engaño aquel hombre que se hacía llamar mi marido preparó todo el escenario, ¿de qué otra manera se puede sorprender a una mujer en adulterio? Tendieron la trampa astutamente, me arrancaron con insultos de los brazos del hombre que amaba, arrojándome violentamente del lecho. Los golpes laceraban mi cuerpo, los gritos de odio que arrojaban como escupitajos las palabras más ofensivas y soeces taladraban mis oídos. Cargada de vergüenza y de miedo, a empujones me llevaron a la plaza pública, delante de un hombre que, inclinado, parecía escribir sobre la arena, su vestimenta era sencilla y muy blanca. ¿Quién era este hombre? ¿Un profeta, un juez, un maestro?

Al escuchar la acusación: Esta mujer ha sido sorprendida en el acto mismo del adulterio, la ley de Moisés dice que debe ser apedreada, ¿tú qué dices? Me di cuenta, entonces, que yo estaba siendo utilizada para tratar de sorprender a aquel hombre y tener un pretexto para condenarle. Ahí estábamos dos sentenciados y una turba insensible con intenciones asesinas. Entonces, algo sorprendente y milagroso ocurrió, aquel hombre irguió la cabeza para encarar a la turba, su voz sonó clara y pausada. El que de ustedes esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra. Se hizo un silencio absoluto, y uno a uno, como atravesados por una invisible flecha en lo profundo de sus conciencias, se fueron retirando. Aquel hombre que había vuelto a inclinarse para seguir escribiendo en la arena, se volvió a mí mientras aún yacía en el suelo: Nunca nadie me había mirado de una forma tan penetrante. Aquellos ojos parecían hurgar hasta el fondo de mi corazón. Había en ellos una compasión infinita y una ternura que devolvió la calidez a mi alma. En lo más profundo de mi ser sentí que el peso de mi falta y mi hambre de amor se resolvían tornándose en una paz inexplicable, en una medicina milagrosa que curó todas las heridas de mi ser, librándome, de una vez, de todo el enorme peso de la condena, sufrimiento y abuso que había llevado toda mi existencia. Al fin habló: ¿Dónde están los que te acusaban? ¿Ninguno te condenó? – Dijo entonces- Ni yo te condeno, vete y no peques más. Que dulzura y poder en sus palabras. El sol se asomó en medio de las densas nubes. Ya no había más dolor ni culpa, la luz se hizo dentro y mi vida descubrió un nuevo horizonte. Desde ese día ya no sería la misma. El verdadero amor que tanto había buscado ¡Al fin me encontró a mí!

 


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