Sábado, 20 de Abril de 2024
CIUDAD VALLES, S.L.P.
DIRECTOR GENERAL.
SAMUEL ROA BOTELLO
Semana del 22 de Diciembre al 28 de Diciembre de 2017

Un Cuento de Navidad

Un Cuento de Navidad

Rodolfo del Ángel del Ángel



Las calles estaban ahora desiertas después de un ajetreado día, típico de las grandes ciudades en época de navidad. El frío viento invernal silbaba al voltear en las esquinas de las bocacalles. No hacía mucho rato que las tiendas comerciales, abarrotadas de gente, que entre prisas e impaciencias hacían las últimas compras, habían cerrado. No obstante, hacia el interior de bares y centros nocturnos, se festejaba en medio de un ambiente de risas, brindis y música estridente. Aquellos espacios se habían tornado, no solo en refugio para una noche gélida, sino en el lugar ideal para festejar en grande, aprovechando el tan anhelado asueto. No había que levantarse temprano, ni acudir al trabajo al día siguiente.

Las fachadas de las casas y de los edificios, profusamente iluminados hacían evidente la temporada.

Las familias estaban congregadas felizmente en torno a las mesas que hacían gala de los más especiales platillos: Pavo relleno, pierna al horno, bacalao, ensaladas, postres, ponche y toda suerte de bebidas.

Sin duda, navidad es un época de encuentros gratos y de estar en familia, con los amigos y lo seres más queridos.

Pero en las orillas de la ciudad, donde la iluminación es escasa, o no existe. En las estrechas casas de cartón y de palos, asentadas en callejuelas llenas de pendientes, piedras y lodo, navidad parece ser un día como cualquier otro. No hay mucho que celebrar, excepto, quizá, el milagro de la vida misma que se sostiene a golpes de suerte, en medio de esperanzas y desesperanzas. En esos espacios que parecen olvidados por los hombres y por Dios mismo, no se esperan regalos y una cena, solo se cree en el milagro de llenar el estomago para la hora siguiente ¡Que contraste tan extraordinario el que se vive en una misma ciudad!

Uno pudiera preguntarse si las personas de veras voltean a mirar a quienes viven alrededor, o se han habituado tanto a vivir encerrados en su mundillo personal que su visión se ha vuelto estrecha y limitada.

En el interior de una de esas casuchas de villa miseria se escuchaban los gemidos ahogados de una mujer joven, cualquiera diría, al mirarla, que aun tiene rostro de niña, a no ser por el vientre que denuncia un embarazo a término. A su lado el marido, también joven, con un gesto de susto y preocupación. -“Creo que ya es hora, no aguanto los dolores, ¿qué vamos a hacer?” – “No te preocupes, voy a correr con don Chencho a ver si nos puede llevar en su camioneta al hospital”. Dicho esto salió corriendo para entrar minutos después con el rostro desencajado. –“No nos puede llevar, la camioneta está descompuesta; vamos haz un esfuerzo y salgamos a la carretera” Con pasos lentos y una queja a cada pequeño avance, sostenida casi en peso por su esposo, cruzaron penosamente las siete calles que les separaran de la carretera. Ni un taxi pasó por espacio de media hora, ni un auto de los que pasaban zumbando a lado de ellos detuvo su carrera a pesar de que José agitaba los brazos haciendo señas para que hicieran alto. – “¿Qué vamos a hacer José?” – “Ten calma mujer y ponte a rezar que Dios no nos puede dejar en esta situación”

Ya al borde de la desesperación José alcanzó a distinguir unas luces intermitentes, ¿una patrulla, o una ambulancia quizás?
Toño conducía maldiciendo su suerte de cubrir la guardia del veinticuatro en la noche. Venía de llevar a un borracho que se hirió en la cabeza al perder el equilibrio. De pronto advirtió a un hombre se colocaba frente a él en la carretera. Tuvo que frenar con premura para evitar arrollarlo. “No más eso me faltaba terminar este maldito día atropellando a un cristiano que de seguro anda hasta las manitas” No obstante al ver a la mujer a su lado y su gesto de dolor, súplica y desesperación, se orilló para apearse. Entre los dos subieron a María a la ambulancia y comenzó así una peregrinación que pareció eterna, en ninguno de los cuatro hospitales a los que acudieron les quisieron recibir, el que no estaba abarrotado, no tenía personal, o simplemente era muy costoso, era evidente que no podían costear la estancia hospitalaria. – “Ya no hay tiempo”, gritó María casi desfallecida. Toño se orilló y con una mezcla de temor y urgencia que jamás había experimentado, se dispuso a atender el parto. Todo sucedió muy rápido, de pronto se vio sosteniendo una criatura entre sus manos. María respiró aliviada y vio a su hijo, era el bebé más hermoso que alguna vez hubiera contemplado. José sintió que su corazón agitado latía fuertemente y casi se le salía del pecho. Las lágrimas bañaron su rostro al mirar a Toño con gratitud. Ahí en el interior de una ambulancia, en medio de las calles quietas de una fría madrugada, aunque ignorado por un mundo indiferente, parecía que todas las luces que iluminaban la ciudad anunciaban que había nacido un niño humilde que era la alegría de sus padres y la esperanza del mundo. Toño dijo para sí mismo, “¡Vaya manera de celebrar la navidad!

 


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