Semana del 08 de Septiembre al 14 de Septiembre de 2017

El Dios de toda esperanza

El Dios de toda esperanza

Rodolfo del Ángel del Ángel

Leyendo un libro titulado “Aunque la higuera no florezca” de Ellen Ott Marshal. Evidentemente la referencia del título proviene del profeta Habacuc quien en medio del lamento por la desolación de su pueblo levanta un canto de gratitud, gozo y esperanza.

Es interesante notar que este canto no ignora las terribles realidades que rodeaban al profeta. De hecho interroga a Dios con queja y desesperación: “¿Hasta cuándo te gritaré ¡Violencia!, sin que me salves?” (1:2), Dios parece no escuchar, y antes de responder se hace esperar. Dios mira como si no viese, o como si lo que ve no hiriera su vista.

Las interrogantes del profeta “hasta cuándo”, “por qué”, se suceden a lo largo del libro. No obstante hacia el final hay un dramático e inesperado cambio en el tono del profeta. Como si se alzara de en medio de las ruinas mismas, y de la más extrema desolación humana Habacuc levanta un inesperado canto de esperanza: “Aunque la higuera no florezca, ni en la vides haya frutos, aunque falte el producto del olivo, y los labrados no den mantenimiento, y las ovejas sean quitadas de las majada, y no haya vacas en los corrales: con todo, yo me alegraré en Jehová, y me gozaré en el Dios de mi salvación. Jehová el Señor es mi fortaleza, el cual hace mis pies como de ciervas, y en mis alturas me hace andar” (Hab.3:17-19).

¿Qué significa este canto? ¿Locura o esperanza? Habacuc nos enseña acerca de la naturaleza de la esperanza que tenemos en Dios.

La esperanza no significa una negación enfermiza de la realidad, no es replegarse al confortable pero nada útil espacio de la negación. Nuestros ojos están abiertos para mirar que la tragedia, la pérdida está allí como una realidad presente. Como Habacuc nos hacemos preguntas, nos dolemos y aún cuestionamos a Dios preguntando ¿por qué?

La esperanza es informada por la fe que es la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve (Heb.11:1). Por la fe sabemos que la desolación que vemos ahora no es toda la realidad, y anticipamos lo que aún no ha llegado. Es decir que la esperanza apoyada en la fe se basa en las realidades últimas. El mundo camina hacia lo nuevo. Esta espera no es pasiva. La esperanza nos llama a trabajar, a construir con Dios aquí y ahora lo que aguardamos todavía.

Es como la semilla que se siembra. Invisible a los ojos es el germen de lo nuevo, de lo que ciertamente vendrá con una belleza nueva y esplendorosa. Es como la mujer embarazada, gestando de manera misteriosa e invisible a nuestros ojos una nueva vida.

Así nosotros, el pueblo de Dios, trabajamos por que haya más amor, justicia, generosidad, comunidad humana fraterna en este mundo. Estamos sembrando las semillas que florecerán en el futuro. Estamos gestando el nuevo mundo que viene. Estamos anticipando la palabra definitiva que Dios pronunciará. En tanto, la esperanza mira hacia el pasado para recorder que de la desesperanza y la tragedía mortal de la cruz Dios ha traído la esperanza por la resurrección de Cristo dejándola inscrita en la historia como un poder definitivo, triunfante y dador de vida. Por la esperanza vivimos el presente sin dejarnos arrastar por la desolación pues este presente no es la última palabra. Con Dios presente en nuestra historia la esperanza mira hacia el futuo aguardando un nuevo día definitivo.

La autora dice que cuando perdemos la esperanza, perdemos el sentido de la presencia de Dios. Dios está en medio de todo alimentando nuestra esperanza.