Rodolfo del Ángel del Ángel
Que la paz que desciende del cielo esté en nuestros corazones te pido, Señor.
En el mundo hay muchas voces incitando a la violencia; guerras y pleitos sin fin, por doquiera se escucha el llanto del dolor, las heridas sangran, lo niños buscan refugio, las mujeres desesperan por el hambre y el trabajo escasea. La tierra se torna en tierra de muerte.
¿Dónde está el lugar para la paz, la casa y la ciudad en que reina la armonía? ¿Dónde encontraremos ese espacio nuevo en el que las diferencias se echan abajo y no tememos más del otro?
El mundo donde las manos se abren, no para golpear, sino para acariciar, sostener y confortar; no para apoderarse del pan del prójimo, sino para compartir el alimento, don divino para todos tus hijos
Que nuestros puños se cierren no para asir armas que amenazan, hieren y matan, sino para tomar decidida y alegremente los aperos de labranza dispuestos a compartir la tarea, y arrojar la semilla en el surco de la tierra común a la que pertenecemos todos.
Concédenos soñar y trabajar solidariamente para construir ese lugar de la nueva humanidad donde no existan niños que mueren de hambre, donde nadie es extranjero y no existen murallas, donde las puertas estén abiertas y la mesa servida dispuesta para todos.
Queremos ser sembradores de paz, te rogamos, Señor. Que nuestro corazón sea el lugar donde todos se puedan encontrar, espacio sagrado de perdón y armonía.
Si otros siembran la discordia, nosotros queremos sembrar reconciliación
Si otros siembran solo para sí mismos, nosotros queremos sembrar trigo nuevo y bueno para compartir.
Si otros siembran odio y levantan murallas que separan, nosotros queremos sembrar amor y construir caminos donde puedan encontrarse los hombres como hermanos.
Que no perdamos la esperanza a pesar de todos los males de este mundo, de toda la injusticia, a pesar del malo que parece seguro e invencible. Que podamos ser, por tu gracia, sembradores de paz.
Señor, que tu paz gobierne en nuestros corazones, que tu gracia fluya en nuestras palabras y acciones, que mano con mano y corazón con corazón podamos hacerte concreto a un mundo extraviado y dividido. Concédenos comprometernos con tu reino y vivir el desafío de las palabras de tu Hijo: Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios.
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