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Enrique Metinides, el fotógrafo de tragedias y recuerdos

Enrique Metinides, el fotógrafo de tragedias y recuerdos

El reconocido fotógrafo mexicano se retira después de seis décadas de captar las historias de los sucesos más relevantes del país

lasillarota.com| | Viernes, 23 de Septiembre de 2016| 17:16


  • Enrique Metinides, es uno de los fotógrafos más reconocido del país, entre muchos de sus trabajos, se encuentran las fotos que tomó después del terremoto de 1985 y muchas otras tragedias que no precisamente son las más terribles de México. Su legado ha ido aumentando a lo largo de seis décadas, pero también es una persona como cualquier otra, con una afición además de las fotos, una colección de juguetes, carritos, cristos, vírgenes, y un sinfín de pequeñas piezas que integran su colección.

    El diario español, El País, se dio a la tarea de realizar un reportaje especial sobre las anécdotas y el lado humano de este artista que ha dejado su huella en las imágenes más escalofriantes (algunas) de México.

    Hay que sentarse a su lado y escucharle un rato para entenderlo. El fotógrafo que durante décadas retrató la muerte en carne viva es ahora un jubilado simpático, que se desliza por las habitaciones de su abigarrado piso como un pequeño duende pop.

    Con orgullo casi paternal va mostrando su colección de figurillas de ranas verdes (a destacar la que conduce un deportivo limón), sus máscaras venecianas, sus monedas conmemorativas, las incesantes fotos de sus tres hijos, cinco nietos y dos bisnietos, las escayolas de cristos y vírgenes... y así hasta alcanzar una puerta lateral, casi imperceptible desde el salón. Al abrirla, se llega a la cámara del tesoro de Metinides. Dentro, encapsulados en el tiempo, hay más de 3.000 coches de juguete. Son ambulancias, vehículos de bomberos y policía en miniatura que alfombran el suelo, abarrotan las paredes y casi tocan el techo.

    Un delirio barroco, a escala airgam-boy, donde el único espacio libre es una minúscula senda que conduce a otra puerta, aún más misteriosa y detrás de la cual el artista guarda la verdadera trastienda de su alma: los periódicos donde a lo largo de medio siglo aparecieron sus fotografías. El material sobre el que ha edificado su leyenda. Su obra.

    Comienza sus anécdotas con una foto, una foto del incendio en una gasolinera, en donde se ve la llamarada, la voltea para mostrarle la figura del dibalo "Fíjese en la boca, los ojos, el cuerpo; ahí está, sea verdad o mentira".

    Su destino era haber nacido en Estados Unidos. Ahí se dirigían sus padres, Teoharis y María, inmigrantes griegos, cuando su barco hizo escala en Veracruz y, tras ser desvalijados, tuvieron que quedarse en México y probar fortuna.

    En la capital, en la populosa colonia de Santa María la Ribera, su padre abrió un restaurante. Eran los años veinte y todo se tambaleaba a su alrededor, pero el negocio le fue bien, extendió su familia y cuando el pequeño Jarambalos Enrique cumplió nueve años, le regaló un sueño. Una Brownie Junior, de fabricación alemana. Doce fotos en blanco y negro. Cañón de caja. Su progenitor le conocía bien.

    En aquel tiempo, el niño no dejaba de ver películas de gánsteres. Le gustaban especialmente las de Edward G. Robinson y James Cagney. "Yo siempre que podía iba al cine; y claro, luego quería hacer mi propia película", rememora Metinides.

    Con la cámara, el pequeño empezó a salir a la calle a tomar fotos de coches accidentados. Capós hundidos, chapas desfiguradas, granizo de cristales. Como quien busca cromos, mataba las tardes a la espera de un estruendo o del anhelado paso de una grúa. Poco a poco, su precocidad llamó la atención.

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    A los 11 años, Metinides fotografió su primer cadáver. Un hombre había sido abandonado inconsciente en la vía del tren. Al entrar en el patio de la comisaría, encontró su cuerpo decapitado. Sacó la Brownie e hizo su trabajo. La cabeza en los pies. Para la colección.

    Convertido en una pequeña celebridad local, un día coincidió en un accidente con Antonio Velázquez, El Indio, un veterano fotógrafo de La Prensa. El hombre vio lo que hacía ese crío prodigioso y le invitó a trabajar. Con 12 años, Metinides sacó su primera portada. Arrancaba la leyenda.

    Así trabajaba su cámara. Implacable y silenciosa. Un arma que incluso en el vacío encontraba su carga. Pero eso muy pocos lo advirtieron en su día. Durante su vida profesional nunca alcanzó la fama. Tampoco le pagaron bien. Sus recuerdos son amargos. Le despidieron de dos periódicos.

    Trabajando tuvo 19 accidentes graves, se rompió siete costillas, fue atropellado dos veces y sufrió un infarto. Pero siguió. Volaba con las ambulancias. Nunca desconectaba de las frecuencias policiales. Parecía tener a la muerte en nómina. Niños, embarazadas, bebés. Daba igual. Él estaba ahí el primero. Y luego, cuando ya todo había acabado, también. Todo seguía en su cabeza.

    No olvidaba. Ni esa noche ni al día siguiente ni al otro. "Lloraba al irme a dormir, pensando en lo que había visto durante el día. Aún ahora sigo soñando, son pesadillas terribles, me despiertan y no puedo volver a la cama".

    Visto de cerca, un poco redondo y hundido en el sofá verde, Metinides es la antítesis del desgarrado existencialista que se entrevé en sus imágenes. Es modesto y, al hablar de sus composiciones, evita las referencias artísticas o filosóficas. Su obra, a fin de cuentas, fue su trabajo. Con malos salarios y jornadas extenuantes. Una existencia dura que salvó con oficio y, sobre todo, con pasión. "En los primeros años ni siquiera me pagaban", dice.

     

     

     

    El País

     

    mals

     


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