Cada vez se posiciona con mayor énfasis en el electorado un sentimiento de rechazo, ya sea a algún candidato, partido político o al gobierno. Las campañas de descalificación ahondan aún más esa postura, llegaron los tiempos de analizar resultados, sobresaliendo los altos índices de corrupción, inseguridad y violencia, lastres que han lacerado profundamente el tejido social reflejándose en un mensaje de reclamo.

Tales males han restado confianza en las autoridades, desconfianza además ganada a pulso; nunca habíamos tenido la cantidad de gobernadores en la cárcel, fugados o amparados como ahora, a pesar de un aparato oficial complaciente con los suyos, no tuvo más remedio que proceder, lo que ya es mucho decir. Es una pequeña muestra del deterioro del sistema, lo que ha dado pauta a una enorme crisis de credibilidad.

El manejo de las ya de por sí frágiles instituciones, se hace de tal manera que de manera cotidiana nos muestran una faceta de contradicción, en buena medida, quienes se encuentran al frente las utilizan según sus conveniencias y no precisamente en el cumplimiento de los objetivos para la que fueron creadas.

En ese orden de ideas, se pone de manifiesto la utilización de la PGR para perseguir políticamente a Ricardo Anaya, pues sino fuera candidato a la presidencia de la República ni en cuenta lo hubieran tomado, sin embargo como lo es, entonces se echa a andar el aparato oficial en su contra con todo el apoyo mediático posible para denostarlo, ni siquiera se guardó el sigilo obligatorio de la investigación.

Otro más lo constituye la aprobación de la candidatura de El Bronco, a ojos vistos dieron cuenta los árbitros electorales de las evidentes irregularidades en la recolección de sus firmas, inclusive llegaron a informar sobre la posibilidad de dar cuenta a la FEPADE para la correspondiente indagatoria, lo que nadie se explica es el absurdo resultado del TRIFE, que sorpresivamente le concede el derecho de aparecer en la boleta.

Por esas y muchas otras razones es por lo que nos hemos vuelto renegados y antisistémicos, vamos en contra de un sistema diseñado para hacer trampas, donde la perversión es sinónimo de listo y, en la lucha por el poder se vale de todo, donde cobra vigencia la frase lapidante de George Orwell: “El lenguaje político, está diseñado para hacer que las mentiras parezcan verdades, el crimen respetable, y dar la apariencia de solidez al viento.”

La disyuntiva que se presenta es si los mexicanos somos capaces de redignificar la actividad política y replantear las reglas o, bien si continuamos resignados en el papel de renegados antisistémicos.